Tlatilco destaca por su producción alfarera, las distintas temporadas de trabajo realizadas en el sitio han arrojado, sobre todo, piezas cerámicas y figuras humanas. Las vasijas tlatilquenses tuvieron algunos temas recurrentes: animales, figuras antropomorfas y seres fantásticos que parecen combinar características, es decir, figuras antropozoomorfas. Es difícil discernir si estas piezas correspondían a una visión naturalista del mundo y a la imaginación de los maestros alfareros o si emanaban de una cosmogonía religiosa específica; no obstante, no hay indicios claros de que alguna de estas piezas sea la representación de alguna deidad.
Esta vasija en particular es muy atractiva por el engobe de color negro que, en combinación con el acabado alisado, da un agradable efecto de homogeneidad a la superficie del objeto. La forma general de la vasija es muy similar a la de otras piezas similares halladas en Tlatilco, pues se conforma a partir de dos segmentos esféricos. Esta redondez quizá tenía la intención de indicar que el cuerpo representado era obeso, aunque contrasta notablemente con la delgadez de los brazos de la figura. Por otra parte, el personaje parece tener senos que, aunque pequeños, están bien marcados, esto nos indica que su género es femenino.
La cabeza y el rostro plasmados en esta vasija son muy distintivos: a los lados posee lo que parecen ser orejeras compuestas por múltiples horadaciones, aunque también podrían formar parte de un tocado interrumpido por boca de la vasija. Asimismo, la cara de esta figura es muy expresiva: mantiene los ojos abiertos de par en par, con la mirada casi perdida y dirigida hacia lo alto; la boca también permanece entreabierta.
El rostro, con su eterna expresión de asombro, podría ser alusivo a algún estado de éxtasis o trance ritual. Los estados alterados de conciencia podían alcanzarse mediante la ingesta y aplicación de enemas de sustancias elaboradas a partir de plantas con propiedades alucinógenas, no obstante, tales estados también se podían lograr al ejecutar posturas corporales complejas o mediante la repetición intensa y rítmica de oraciones.
La mujer representada tiene dos grandes líneas cruzadas, a manera de tache, en ambas mejillas; estos motivos geométricos fueron muy recurrentes en todas las expresiones artísticas del Preclásico y perduraron, o fueron retomadas, durante el Clásico y el Posclásico. Entre los llamados olmecas, las bandas cruzadas fueron muy comunes y se cree que podrían representar las cuatro partes del mundo; no obstante, no hay una certeza absoluta al respecto. En este caso específico, los motivos geométricos podrían ser un indicio de que el personaje tenía los carrillos escarificados, una forma de ornamentación que, junto con la pintura corporal, debió ser más o menos común entre los individuos que pertenecían a los estratos sociales encumbrados.
Es posible que la mujer de la vasija fuera algún tipo de sacerdotisa o que, al menos, estuviera practicando un acto ritual, quizá perteneciente a los ciclos agrícolas o buscando una experiencia de acercamiento con lo divino.