Reconocida por su práctica fotográfica, especialmente por su prolífica serie sobre la lucha libre –sorprendente mirada sobre la vida y cultura popular mexicanas iniciada en 1975–, Lourdes Grobet (Ciudad de México, 1940) ha explorado distintos medios a lo largo de su práctica artística. Formada con maestros como Katy Horna, Mathias Goeritz y Gilberto Aceves Navarro, pronto abandonó la pintura por la fotografía, aunque también ha transitado el trabajo colectivo, la instalación, la acción, el arte-objeto, los medios digitales y, recientemente, el documental.
En esta serie fotográfica, la artista interviene con pintura diferentes elementos como plantas cactáceas y piedras en paisajes ubicados en el centro de México –Hidalgo, Querétaro, Morelos y el Estado de México–, para luego retratarlos. Dichos escenarios, protagonistas de la pintura de artistas como José María Velasco y cuya idealización ha contribuido al imaginario de un territorio supuestamente nacional, aparecen modificados en estas panorámicas que resultan tan seductoras como extrañas.
“Innovaba así la imagen del paisaje mexicano al fusionar pintura con fotografía”, considera en su libro Tiempo de fractura la historiadora del arte Rita Eder, quien en 1982 fue la encargada de escribir la hoja de sala para la exhibición de Paisajes pintados en el Consejo Mexicano de Fotografía. De acuerdo con la autora, este medio se encontraba en un momento de particular experimentación al distanciarse de su papel como documento social para explorar nuevos recursos a través de la manipulación técnica y las innovaciones temáticas. Por tanto, la intervención de la naturaleza para construir una imagen fotográfica era una práctica aún de mayor novedad en un momento en el que la disciplina encontraba un nuevo papel en los museos y galerías.
Los antecedentes de esta serie se encuentran, de acuerdo con Rubén Ortiz Torres en su texto “La hija del Santo”, en Inglaterra en 1977, una época en la que Grobet se interesó por el paisaje, la fotografía a color y la tecnología de impresión fotográfica cibachrome –caracterizada por la claridad de la imagen y la pureza de la coloración –. Desde entonces, la artista ha insistido en diferentes series y entornos sobre la noción del paisaje pintado, para lo cual ha explorado también la pintura efímera con luz y las herramientas digitales.
“La intervención creativa de Grobet no se encuentra en el cumplimiento de los cánones vigentes para hacer fotografía, nunca se ha propuesto hacer del objeto fotográfico una obra de arte. En cambio, ha puesto el acento en la actitud hacia el hecho fotográfico con una postura lúcida y crítica que no le ha impedido cumplir el postulado goeritziano de divertirse con lo que hace”, considera en “Fotografía y entorno” el artista Víctor Muñoz. Tal apreciación podría extenderse, con seguridad, a las exploraciones de distintos medios realizadas por la artista.
Referencias:
Rita Eder, Tiempo de fractura, El arte contemporáneo en el Museo de Arte Moderno de México durante la gestión de Helen Escobedo (1982-1984), UAM-UNAM, México, 2010.
Rubén Ortiz Torres, “La hija del Santo”, y Víctor Muñoz, “Fotografía y entorno”, en Varios autores, Lourdes Grobet, Conaculta/CENART/Centro de la Imagen/Turner, México, 2005.
https://books.google.com.mx/books?id=5COF0djY0WgC&pg=PA52&lpg=PA52&dq=La+hija+del+Santo.+Por+Rub%C3%A9n+Ortiz+Torres&source=bl&ots=zS1AIrejvv&sig=ACfU3U0wbxSSnbHvMXlubbbJI2P3YoHRsg&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwi83KHOyI7qAhUCQ60KHY8zBxoQ6AEwAHoECAoQAQ#v=onepage&q=La%20hija%20del%20Santo.%20Por%20Rub%C3%A9n%20Ortiz%20Torres&f=false
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