En su trabajo, Noé Martínez ha desarrollado investigaciones en torno a los pueblos originarios, las distintas formas de colonización a las que han sido sujetos, así como sobre la resistencia y pervivencia de estas culturas hasta nuestros días. Esto lo ha llevado a adentrarse en distintas lenguas indígenas y la cosmovisión que éstas reflejan, alejadas de la visión y construcción del mundo inherente a los lenguajes occidentales. Parte de su interés por estos temas tiene que ver con las remanencias del mundo indígena dentro de su propia familia, asunto que lo ha conducido a indagar en su propia genealogía y a reflexionar sobre cómo convive la historia personal con las narrativas oficiales.
Trizadero es una pieza realizada a partir de Tlalocan, un archivo generado por el artista con materiales sonoros, gráficos y audiovisuales que recoge testimonios sobre la lengua y cultura náhuatl. Proveniente del estado de Michoacán, Martínez creció escuchando remanentes de la lengua náhuatl que alguna vez hablaron sus antecesores. Aunque su familia es de ascendencia nahua, sus padres ya no conocían este idioma; sólo sobrevivían ciertos fragmentos depositados en los nombres de algunos procedimientos e instrumentos prácticos de uso cotidiano.
Para intentar reconstruir el recorrido que los miembros de su familia debían hacer mentalmente para recordar palabras de su lengua materna, Martínez realizó una serie de dibujos donde quedan cifrados los fragmentos de esa lengua. Más que por una lógica estricta, optó por transcribirlos con la soltura de la mano, generando una serie de signos arbitrarios. El artista llevó estas palabras a soluciones también tridimensionales, pequeñas piezas en barro que conforman un alfabeto escultórico ininteligible.
Con esta operación, Martínez realiza un rescate simbólico de lo que ha sido olvidado irremediablemente por su familia. Como en una excavación arqueológica, la escritura remite a un universo perdido, del que sólo quedan fragmentos y vestigios. Más aún, el proyecto evidencia la historia colonialista de México, al subrayar el desplazamiento sistemático del mundo indígena en la historia de esta nación. En este sentido, la ilegibilidad de los dibujos y las esculturas pone de manifiesto la ausencia latente de las culturas originarias y su oclusión sistemática por parte del Estado mexicano.
EKA, septiembre 2020