De acuerdo con investigaciones biológicas de Raúl Valadez, Alicia Blanco y Bernardo Rodríguez, en el México antiguo existieron cuatro razas de perros: el más abundante fue de talla mediana, cuerpo esbelto, cabeza alargada y pelaje; uno semejante al anterior, solo que de rostro corto, se identifica en la región maya; otro parecido al primero pero de patas cortas asociado con el Occidente y Centro de Mesoamérica; el xoloitzcuintle es la cuarta raza, con dos variedades, una con pelo y otra pelón.
En esta obra es factible reconocer la raza como un xoloitzcuitle. Su magistral modelado naturalista, con énfasis en los detalles anatómicos, es una muestra del arte escultórico que produjo, en la región Occidente de Mesoamérica, la cultura de las tumbas de tiro. Se trata de una sociedad milenaria, que al menos desde el 300 a.C. hasta el año 600 de nuestra era, habitó un vasto y diverso territorio que abarca el sur de Sinaloa y de Zacatecas, Nayarit, Jalisco, Colima y partes colindantes de Michoacán.
Las múltiples comunidades que integraron la cultura de tumbas de tiro expresaron elementos de su identidad en modalidades estilísticas zonales del arte cerámico en la forma de esculturas y vasijas; los perros en los detenemos nuestra mirada tienen su origen en la escuela artística del valle de Comala, en Colima. Algunos de sus atributos son el modelado de volúmenes huecos con salientes tubulares a manera de boca de recipientes, la superficie con engobes que tienden a parecer monocromos y el bruñido o fino pulimento con un objeto compacto que genera brillantez.
El color rojizo indica que su superficie fue cubierta de un engobe con hematita u óxido de fierro, y luego del bruñido fue sometido a cocción en un horno con ventilación, que al final produjo el distintivo rojo bermellón de la cerámica Comala. Como se ha dicho, se trata de un xoloitzcuintle; las incisiones lineales que surcan el rostro y los relieves del torso figuran un animal sin pelaje y con la piel arrugada.
Este se ve esbelto y con las patas largas; sus patas traseras están flexionadas y baja su cola hacia un lado. Xoloitzcuintle es otro término náhuatl registrado en el Códice florentino, que suele traducirse como “perro raro” o “perro arrugado”. Se integra por las voces xolo o xólotl e itzcuintli; algunas acepciones de xolo o xólotl son monstruoso -en el sentido de anormal o raro-, sirviente, sentarse en cuclillas, plegar y arrugar; mientras que itzcuintli es un genérico de perro y pudiera aludir a sus dientes filosos en relación con itztli, que es obsidiana o navaja de obsidiana.
La escultura además integra en su composición un rasgo distintivo del estilo comalense: en la parte superior de la cabeza se abre una discreta vertedera cilíndrica con ancho borde recto divergente. Otro elemento por mencionar son las manchas negras de contorno irregular distribuidas en la superficie del xoloitzcuintle. Son depósitos de manganeso y evidencian que la obra estuvo sepultada, con alta probabilidad como parte de una ofrenda funeraria. Este mineral se encuentra en el suelo y de modo circunstancial se adhirió a la pieza, pues no todas las piezas cerámicas lo presentan, aun cuando hayan sido depositadas en contextos subterráneos.
En el panorama del arte del México antiguo la cultura de las tumbas de tiro ofrece una numerosa y magnífica representación de perros, en correlación con sus valores religiosos, míticos y rituales, entre otros.