En el repertorio de indumentaria mesoamericana, el máxtlatl sobresale como una prenda masculina para cubrir los genitales; es un paño de tela que pasa por entre las piernas y se ata a la cintura. No obstante, en la región del Occidente, en las imágenes femeninas de la modalidad estilística llamada Tuxcacuesco-Ortices, aparece con frecuencia.
Dicho estilo artístico se inscribe en la cultura de las tumbas de tiro, cuya extensión territorial abarcó la mayor de la región occidental: sur de Sinaloa y de Zacatecas, Nayarit, Jalisco, Colima y partes vecinas de Michoacán; su temporalidad aproximada comprende del 300 a.C. al año 600 de nuestra era. Una de sus características es la fuerte impronta identitaria de las diversas comunidades que la integraron distribuidas en ese vasto espacio; entre otras facetas, estas identidades se plasmaron en un magistral arte escultórico cerámico. Sus variantes estilísticas zonales se han denominado a partir de algunas localidades que refieren su procedencia; de tal modo, en relación con la obra en la que nos detenemos, Tuxcacuesco es un poblado del sur de Jalisco, mientras que Ortices se encuentra en el valle de Colima.
La obra es de estructura sólida y formato pequeño se adscribe al estilo Tuxcacuesco-Ortices, en una subvariante con apariencia realista y ojos incisos que Carolyn Baus Reed Czitrom denominó subtipo Vb.
Como parte de las cualidades que compartieron los diversos estilos zonales en la cultura de tumbas de tiro, distingo que la mujer ostenta su manufactura basada en la técnica del modelado; una plena tridimensionalidad figurativa, lo que implica que todas sus vistas ofrecen información en tanto que los o las artistas no sólo detallaron el frente y, una tercera cualidad, es su énfasis en la anatomía semidesnuda de las personas, sean mujeres u hombres.
En este orden de ideas, si en principio observamos el máxtlatl que lleva, en el frente y la parte posterior, delicadas incisiones plasman los pliegues del lienzo que pasa entre las piernas; por el frente el mismo lienzo cuelga extendido y forma una especie de delantal, mientras que por atrás, a cada lado de la prenda recogida al centro, se ven las redondeadas nalgas desnudas. En concordancia con la figuración tridimensional del atuendo, el tocado y collar que luce, continúa en el reverso (del collar quedan huellas de su presencia). Merece destacarse que el “delantal” tiene bordes resaltados y con líneas que sugieren bordado.
Las facciones son en extremo delicadas, con orificios nasales y boca ligeramente entreabierta con los dientes marcados individualmente. Los pequeños senos (hay perdido uno), el torso delgado y la cadera ancha la identifica con plenitud como mujer. Tiene los brazos flexionados en ángulo recto y con las manos –con los dedos señalados- juntas a la altura del abdomen. Los hombros y las piernas parecen corresponder a una mujer atlética, sin la posibilidad de confirmarlo, en su modelado resultan atractivos las delicadas sinuosidades que señalan las rodillas y las pantorrillas.
Asimismo, tiene los muslos decorados con una trama romboidal; en cada rombo y triángulo que se forman, se trazaron círculos; el borde inferior se limita con bandas; en principio da la idea de pantalocillos, pero no continúan por detrás, de ahí que considero que se trata de pintura corporal o de tatuajes.
La joyería se completa con grandes orejeras esféricas y brazaletes. La fina manufactura y su atuendo acaso retrata un personaje de elevado estatus en su comunidad. Su magnífico estado de conservación pudiera corresponder con su procedencia en un contexto funerario, al modo de una ofrenda o ajuar. Como lo he planteado, la vital corporeidad tridimensional y anatómica que presenta, es congruente con las funciones religiosas sobrenaturales que pudieron desempeñar en dichos ámbitos mortuorios inframundanos.