En la época prehispánica los adornos eran un símbolo primordial y ayudaban a mostrar la pertenencia o la exclusión de una persona a una sociedad o a un grupo. Los objetos que se utilizaban se limitaban a tobilleras, pulseras, brazaletes, pectorales, collares, pectorales, narigueras, orejeras y bezotes. A pesar de esta limitada gama de objetos, las formas que ostentaban y los diferentes materiales que se empleaban, le daban a la persona un ajuar maravillosos con características únicas. Los materiales en buena medida mostraban la jerarquía social de quien portaba el objeto, encontrándose algunos materiales sencillos, como la madera o la cerámica; otros más lujosos como la obsidiana o el hueso (aunque sabemos que muchos adornos de este material se hacían con huesos de humano, jaguar o águilas, los cuales debieron de ser muy apreciados), hasta los ornamentos que solo un número reducido de personas podían tener por su valor y extrañeza, como eran los objetos hechos de alguna concha, de oro o de cristal de roca. Cabe señalar que otros materiales, como el jade o la serpentina, aunque eran muy valorados y únicamente la élite los usaba profusamente, parece ser que la gran mayoría de las personas tenía acceso a alguna pieza de este material, el cual, por su importancia y costo, se pasaba de mano en mano. Prueba de ello la encontramos en los testamentos del siglo XVI, donde se registra entre las cosas que se heredan, además de petates, plumas y vasijas, la o las cuentas de jade que resguardaban celosamente las personas.
Las dos piezas que se encuentran consignadas con el número de catálogo 1576 en la Colección del Museo Amparo, corresponden a dos bezotes. De inmediato lo que llama la atención de estas piezas es que fueron hechas con “cristal de roca” posiblemente cuarzo. Esto nos ayuda a identificar que el lugar de extracción del material pudo ser en Guanajuato, Juxtlahuaca (Oaxaca), Taxco (Guerrero) o en Nayarit, regiones que en la actualidad tienen una importante extracción de este mineral.
Una vez que el mineral era extraído y comercializado, ya fuera a lejanas provincias o con los artesanos de la localidad, comenzaba su proceso de transformación, el cual se hacía con las técnicas del desgaste y el pulido. El cuarzo primero se devastaba creando una preforma del bezote. Posteriormente, se iba desgastando mediante la aplicación de un agente erosivo, como la arena, y agua para conseguir la forma deseada. Una vez que se tenía el bezote se empleaba un material más fino, como la ceniza, para darle un acabado pulido y brillante.
Las piezas resultantes en este proceso, para el caso de los bezotes con número de catálogo 1576, tuvieron una base oval de la cual se desprende un cuerpo cilíndrico, con paredes rectas que terminan en una cara frontal circular con un diámetro cercano a 1.5 cm. Llama la atención que la pieza 1576-1 tienen concreciones de piedra, lo cual nos permite pensar que se extrajo de un contexto arqueológico.
La gran mayoría de bezotes de cristal de roca que conocemos provienen del Altiplano central y fueron elaborados en el Posclásico tardío, por lo que es probable que esta pieza provenga de esta región. Cabe mencionar que, de ser así, el objeto debió de llegar como un tributo a los mexicas y ayudó a marcar la rígida distinción social que imperaba en este pueblo. Sin ser exhaustivos, recordemos que los bezotes eran utilizados por los sacerdotes y los militares que habían realizado una determinada hazaña en el campo de guerra. La colocación de estas piezas se hacía en un importante ritual donde, al colocar la pieza, se le otorgaban también al individuo todas las propiedades que ameritaba este distintivo.