En Mesoamérica, uno de los vínculos más estrechos entre una vasija y una deidad se dio entre las ollas y la figura de Tláloc. Desde la época teotihuacana (200-650 d.C.) se pueden observar representaciones antropomorfas que cargan en sus brazos una olla con el rostro de esta deidad. Mismo caso lo encontramos en la región maya, donde en Tikal (Guatemala), quizá por la influencia teotihuacana, uno de los gobernantes Yax Nuun Ayiin se hizo representar con una vasija de Tláloc. La lista continúa a lo largo de las ciudades y del tiempo, pero es quizá, entre los mexicas, donde encontramos un estrecho vínculo entre estos dos elementos.
Las formas de estas vasijas varían de tamaño y decoración, encontrando en ocasiones grandes ollas policromas, decoradas detalladamente con pastillajes que le dan la forma al rostro de Tláloc y, otras veces, encontramos piezas más sencillas y de menor tamaño, con las formas simplificadas al mínimo.
Este es el caso de la pieza 1326 que presenta una base cóncava y un fondo convexo; las paredes son curvo-convergentes y en la parte superior se encontraba un cuello curvo-divergente que debió terminar en un borde redondeado que formaba una boca circular, aunque esta última parte sólo se puede suponer, ya que se encuentran diversos faltantes en esta zona.
Si uno observa la pieza, lo primero que salta a la vista son los distintos elementos que surgen de la base, del cuerpo y del cuello, fracturándose casi de manera inmediata. Estos componentes nos permiten identificar la pieza como una olla Tláloc. En primer lugar, a los lados se encuentran dos formas trapezoidales colocadas al pastillaje, están orientadas de forma vertical y el lado menor está pegado a la figura. Estas formas simulan de manera muy esquemática el moño de papel que presentaba el rostro de Tláloc y que se encontraba rociado con gotas de chapopote. También destaca los desplantes de un asa cilíndrica sólida que salía del cuerpo de manera vertical hasta llegar al cuello. Asimismo, del lado contrario se aprecia una pequeña agarradera en forma de botón que, quizá, simplifique a lo mínimo el rostro de la deidad. Por último, en la parte inferior surge una base anular que sostiene la forma. Aunque sabemos que también se encontraban piezas que tenían unos largos soportes trípodes que simulaban piernas.
La pieza, aunque presenta una textura alisada, se ve afectada también por concreciones de cal en toda su superficie, lo cual nos indica que se encontraba en una zona de descarte.
Pese a lo deteriorado de la pieza, sabemos que estos objetos tenían un fuerte carácter ritual, ya que en las excavaciones realizadas por González Rul en la Zona arqueológica de Tlatelolco, se encontraron asociados a un contexto ritual y, en sus propias palabras, representa “una pieza de fácil hechura, de extremo simbolismo y simplicidad, que se usaba exclusivamente con propósitos religiosos”.
El estrecho vínculo entre las formas cerámicas y Tláloc, nos lleva a pensar que este simbolismo y simplicidad trascendió el tiempo y el espacio. Su importancia era tal que su figura se encuentra por doquier, ya sea en un pequeño templo local o, incluso, compartiendo el protagonismo en la parte más alta del Templo Mayor de Tenochtitlan, junto a Huitzilopochtli, deidad tutelar de los mexicas. También su culto se extendía entre toda la población, ya que su don, la lluvia, era algo que les importaba a todas las personas, era lo que permitía la continuidad de la vida y en buena medida nos permite explicar la gran distribución de estas piezas.