La llegada de los españoles produjo cambios profundos en las sociedades mesoamericanas. Sus creencias y pensamientos, pasando por su modo de actuar, las acciones que debían realizar las personas, hasta el lugar donde habitaban, se vieron modificados en unas cuantas decenas de años.
La población comenzó a usar nuevos objetos, como las tijeras, las agujas o las hojas de papel, mientras que los territorios comenzaron a transformarse, se introdujeron nuevos cultivos, surgieron casas de tradición española, los parajes recibieron nuevos nombres y los campos se poblaron por nuevos animales. Quizá, este último aspecto fue uno de los cambios que transformó de una manera rotunda el paisaje. Las milpas se comenzaron a cercar, para evitar el paso de los animales; en los caminos se veían nuevas huellas e incluso esta fauna se representó en distintos soportes y se integró al imaginario de la población.
Este es el caso de la pieza 736 de la colección del Museo Amparo que representa una gallina. La figurilla está hecha en molde, para lo cual se colocó la arcilla en dos piezas con la figura del ave de perfil y se ejerció fuerza sobre la masa para que adquiriera la forma del molde y posteriormente se unieron las dos vistas cuando aún estaba fresca la arcilla, lo cual creó la figura tridimensional del animal. Pese a la efectividad de este proceso, la unión de las dos formas no fue perfecta y al paso de los años, facilitó que la pieza sufriera una fractura en un eje vertical.
La pieza tiene una forma sencilla que se suscribe en un contorno curvo, con lo cual se representa a una gallina sentada. La cresta tiene una forma circular plana; la cabeza comienza con un pico triangular y crece hasta convertirse en la cabeza, la cual se curvea hacia abajo para formar el cuello. En su interior, una delicada línea forma la división de la mandíbula inferior y superior; mientras que una incisión circular crea el ojo. Por debajo de la cabeza se aprecia una forma oblonga con una concavidad en el centro simulando las barbillas del ave.
A partir de la cabeza el cuello comienza a descender de manera vertical, engrosándose poco a poco, hasta llegar a una forma oval que simula el cuerpo. Llegado a este punto, la pieza comienza de nuevo a ascender, aunque desafortunadamente está ahí fracturada, desconociéndose cómo era la cola. Desde el cuello, comienzan a emplearse líneas incisas paralelas a la figura para simular las plumas y, al llegar al cuerpo, se coloca un óvalo con profundas incisiones horizontales en el extremo distal, para representar el ala y, a partir de ahí, están tres líneas verticales que separaban el cuerpo de la cola.
Esta figura sencilla, que rescataba los elementos básicos del ave para representarla, estaba cubierta además por un engobe color bermellón que la envolvía por completo, aunque en la actualidad se perciben grandes faltantes que dejan entrever el color natural de la arcilla.
El uso de esta figura pudo ser tanto lúdico como ritual. Al ver estos utensilios y las marcas de desgaste que poseen es inevitable pensar que se usaban como un juguete, apropiándose los niños de aquellos elementos cotidianos con los que convivían y los integraban a su mundo. De esta forma, por medio del juego, entraba la nueva realidad a la niñez.
Pero, también sabemos que muy pronto, desde 1528, el franciscano fray Pedro de Gante realizó las primeras festividades de la Navidad en la Nueva España. A partir de ahí se incluyeron nuevos elementos a las festividades, como los Nacimientos con figurillas de barro que representaban a San José, la Virgen, el Niño, los reyes magos y diversas figuras de la vida cotidiana. Acompañando a estos personajes también se comenzaron a representar animales propios de Europa (bueyes, caballos, burros, etcétera) y de la tradición indígena, lo cual creaba un nacimiento cristiano-indígena, que se asociaba muy bien a una festividad que comenzaba a incorporar elementos de ambas tradiciones. Así, es muy probable que la gallina que se modeló en barro y que cuidadosamente se le colocó un engobe anaranjado, formara parte de un Nacimiento y sea un rasgo patente de los cambios que sufrió el territorio mesoamericano en pocos años, no solamente en su paisaje y las personas que lo habitaban, sino también en sus costumbres, sus creencias y sus representaciones.