La fuerte identidad de la mayoría de los estilos artísticos mesoamericanos nos permite apreciar la filiación de algunas obras desde el primer golpe de vista. Aunque ello no resuelve todos los problemas de ubicación regional -porque los estilos se mueven en el espacio- ni de situación temporal -porque hay algunas copias e influencias tardías. Pero cuando coinciden ciertos indicadores materiales, técnicos e iconográficos podemos tener un margen de certeza mayor. Tal es el caso de esta pieza: se trata de una máscara olmeca, producida en la etapa plena del estilo olmeca, es decir, entre el año 900 y el año 500 antes de Cristo.
Se trata indudablemente de una máscara: podemos apreciar con claridad el excavado de la parte trasera, es decir, la parte que se coloca contra un rostro real. El corte completamente horizontal de la parte superior también coincide con el diseño común de la máscara. Por alguna razón que desconozco, se mantienen aún en diferentes textos algunas ideas obsoletas y dudas sobre las máscaras. Por ejemplo, es frecuente que se hagan preguntas u observaciones sobre el peso de una máscara como esta, y que se pretenda, a partir de esa observación, cuestionar su función de máscara. Aclaremos esto.
A lo largo de la historia, del Mundo en general, se han usado máscaras con diversos fines. Las máscaras eran conocidas en todas las culturas de la antigüedad, y tenían diferentes vínculos con el pensamiento, la religión y el arte de cada una de ellas. En Mesoamérica las máscaras se usaron siempre. Creo que podríamos identificar tres usos principales de las máscaras: 1. Las máscaras que utiliza una persona viva en alguna danza u obra teatral, en alguna ceremonia, e incluso en la guerra. Éstas solían ser de madera, papel o palma, lógicamente, pues debían ser ligeras. 2. Las máscaras o mascarones que se pegan a vasijas o superficies arquitectónicas, con el propósito de personificar dioses. 3. Las máscaras funerarias, que solían ser de diversas piedras aunque también se hicieron de barro. En muchos yacimientos arqueológicos se han encontrado dichas máscaras funerarias.
El tamaño de una máscara funeraria no debía tener ni la forma ni el tamaño exactos de un rostro humano, puesto que no se colocaban directamente sobre la piel de la persona muerta. En Mesoamérica se utilizó el procedimiento del bulto funerario, tanto para enterrar el cuerpo, en un entierro directo, como para incinerarlo. La máscara se ataba al bulto funerario, en la zona de la cara. La máscara le daba un rostro al difunto envuelto.
La máscara en cuestión, al igual que muchas otras, tiene algunas horadaciones. Las laterales y la del borde superior parecen haber servido para la cuerda con la cual la máscara se sujetaba al bulto funerario. Los orificios en la nariz y en la boca tienen otra finalidad. Llamémosles respiraderos: obviamente que no se trata de vías de respiración para una persona viva. Pero recordemos que el alma de los difuntos, según la creencia mesoamericana, sale del cuerpo después de la muerte, viaja. Los orificios en la máscara, así como algunos tubos que se han encontrado en tumbas, y que Alberto Ruz llamó psico-ductos, permiten el desplazamiento de las entidades sobrenaturales del individuo difunto, en especial la de la cabeza.
El material con el que se hizo esta máscara fue muy usado en la época olmeca, y la técnica de talla y pulido, de gran calidad, son características de aquel periodo también. Los residuos de pintura roja, aparentemente de cinabrio, refuerzan la interpretación del carácter funerario de la máscara. Las perforaciones circulares, de gran precisión, son típicas del taladro cónico de piedra usado en Mesoamérica.
En cuanto a la procedencia, y debido a la gran cercanía iconográfica y estilística entre las diferentes expresiones regionales olmecas, este ejemplar podría proceder de las llanuras costeras del Golfo de México, pero no es imposible que corresponda también con las expresiones de la cuenca media del Balsas.