Uno de los grandes cambios en la historia del territorio mexicano fue el tránsito de las poblaciones aldeanas a las sociedades jerarquizadas. Este cambio fue producido por las innovaciones que se dieron en la agricultura (canales, terrazas y represas), las cuales permitieron que la tierra generara más y existiera un excedente en lo producido. Esto ocasionó que distintos grupos dejaran de trabajar para obtener alimentos y se dedicaran a otras actividades. Así, surgieron ceramistas, escultores y los especialistas rituales. Estos últimos, decían que podían comunicarse con los dioses y hacer que el mundo siguiera siendo tal y como era, lo cual, con el paso del tiempo, los invistió de un mayor poder y se diferenciaron del resto de las personas. Este contraste se dio en todos los elementos, aunque es más evidente en las obras de arte. Ahí se gestó un contraste entre las figurillas aldeanas de grandes caderas y finos rasgos con aquellas piezas olmecas, que expresaban poder y que se representaban con una expresión ruda.
El caso de la pieza 139 de la colección del Museo Amparo, corresponde a un fragmento de rostro. Lo que conservamos de esta pieza realmente es mínimo, ya que, de todo el cuerpo que debió de representarse, únicamente nos queda un cuarto del rostro. Con este pequeño fragmento parece imposible determinar la identidad de la cultura que la elaboró, pero en esta mínima sección se encuentran rasgos tan particulares que ayudan a esclarecer su identidad.
Con el pequeño fragmento que tenemos podemos decir que el rostro tenía una forma rectangular, con la parte superior e inferior redondeadas. Los ojos se crearon con incisiones diagonales y una curvatura hacia arriba en la parte superior y hacia abajo en la sección inferior. La nariz es chata, poco prominente, pero muy detallada, ya que se marcan las aletas laterales. Los labios son gruesos y están ligeramente separados uno del otro, teniendo la comisura hacia abajo, lo cual forma una línea que se curva hacia abajo. Las orejas son muy sencillas, correspondiendo a una banda vertical, sin delimitarse ningún componente interno. Por último, el cuello se representa con una forma cilíndrica recta, lo cual servía para unir la cabeza con el cuerpo, del cual, como se dijo, no queda ningún rastro.
Toda la pieza se encuentra con un engobe café. En él se distinguen pequeñas bandas verticales que muestran el proceso de pulimiento de la pieza. Además, toda la superficie se encuentra con concreciones de cal, las cuales son más evidentes en la nariz y en las orejas. Estas acumulaciones revelan que la pieza estaba en un depósito de descarte de materiales.
Los rasgos faciales de la pieza, aunque son pocos, nos muestran una expresión ruda que concuerda con las de la plástica Olmeca. Este estilo, por lo general, se caracteriza por unos ojos almendrados o marcados con incisiones, los cuales, en caso de tener el iris, presentan estrabismo. El ceño normalmente está fruncido, tiene una nariz chata, la cual llega a unos gruesos labios que tienen su comisura hacia abajo. Todos estos rasgos, que le dan a la plástica olmeca una expresión ruda e inaccesible, son los que se encuentran en la pieza estudiada, lo cual nos permite afirmar que formaba parte de una figura que representaba a un hombre de poder, y constituía parte de aquellas piezas que nos muestran el cambio de una sociedad aldeana a una sociedad jerárquica.