Las figurillas del Preclásico presentan en su forma y trabajo una gran diversidad de calidades. Esto se debió a que a la par del desarrollo de una mayor jerarquía y una especialización del trabajo, comenzaron a surgir centros regionales que controlaban en buena medida lo que pasaba a sus alrededores. Las regiones de San Lorenzo (Veracruz), Monte Alban (Oaxaca) así como Tlatilco y Tlapacoya (Centro de México), nos ayudan a entrever el poder que alcanzaron estas sociedades. A la par de ello, las representaciones logradas en estos centros tenían un mayor trabajo que la de otras partes, basta pensar en las esculturas que se tallaron en Veracruz o las figurillas de las Bocas para entender la especialización y el gran talento que tenían los artistas.
Pese a ello, en sitios de menor jerarquía se producían imágenes semejantes, pero su trabajo era más sencillo. Así, se compartían características similares al plasmarse rostros rudos donde la curva dominaba la representación, aunque la habilidad no alcanzaba el naturalismo de aquellos centros rectores.
Este es el caso de la pieza 79, la cual representa a una mujer de pie con los brazos extendidos hacia los lados y las piernas ligeramente separadas. Su cabeza tiene un tocado en la parte superior compuesto por una banda con pequeñas incisiones verticales y tres esferas – una en cada extremo y otra en lo más alto de la cabeza –. Las cejas fueron colocadas al pastillaje y se unen con una forma prismática triangular que simula la nariz, la cual tiene en la base dos pequeños orificios simulando las fosas nasales. Los ojos almendrados se realizaron por medio de una incisión y, un pequeño orificio en medio simula el iris. La boca se encuentra con las comisuras hacia abajo y fue creada por medio de dos incisiones que se realizaron de adentro hacia afuera, de las cuales aún queda huella de este trabajo. El cuello, como es común en estos casos, continúa con el mismo grosor que la cabeza, uniéndola con el torso, del cual salen dos pequeñas tiras que simulan los brazos, formas que además tienen un pellizco en los extremos simulando las manos. Dos pequeñas protuberancias a la altura del pecho ayudan a crear los senos, dotándole a la pieza de una identidad femenina. En el centro del vientre se encuentra un orificio que simula el ombligo y, de ahí, surgen dos formas cónicas representando las piernas, haciendo evidentes los muslos.
La pieza actualmente presenta el barro alisado, dándole una apariencia muy tosca. Se aprecia una gran nube de cocción en el lado izquierdo y pequeñas concreciones de tierra evidencian su antigüedad. Esta pieza, pese a la simpleza que vemos, debió de estar recubierta por un baño de engobe rojo, el cual aún se alcanza a distinguir en la comisura izquierda de la boca y detrás de la oreja izquierda, por lo que deberíamos de imaginarnos esta figurilla completamente recubierta de un rojo brillante y una textura pulida. Todo ello: el color, la representación de la mujer, sus caderas anchas y sus gruesos muslos, trataban de hacer evidente un concepto de fertilidad, el cual era tan importante para la sociedad de aquel momento que estaba presente en la mayoría de las figuras que han llegado hasta nuestros días.