Durante el Posclásico tardío muchos de los animales con los cuales el humano estaba en contacto adquirieron un simbolismo propio y se asociaron en ocasiones con la vida cotidiana de las personas, en otras, se incluyeron en los relatos míticos e, incluso, se concibieron como la representación de distintas fuerzas de la naturaleza.
Esto llevó a que su forma fuera representada en distintos materiales. Los vemos plasmados en la cerámica, labrados en las piedras de los templos, tallados en el hueso y la madera e, incluso, el vestido de algunos personajes se veía influido por estos seres.
Uno de estos casos se encuentra en la pieza 1643, la cual corresponde a un adorno de una pieza de cerámica, que tuvo en la parte trasera una espiga con la cual se unía a una vasija. El frente de este elemento decorativo es la representación de un mono, creada por molde. La figura se realiza con un alto copete, los ojos se simulan con dos pequeñas esferas con arrugas circulares alrededor. La nariz es pequeña y respingada; su boca está entreabierta, enseñando los dientes. Además, a cada lado de la cabeza, está una orejera con la forma de gota invertida, la cual también se encuentra en las imágenes de Xolotl, Huehuecoyotl y Xochiquetzal.
El tamaño de la pieza, cerca de cinco centímetros, nos indica que la vasija en la cual estaba adosada era de grandes dimensiones, si a eso le sumamos la capa de estuco que la recubre es muy probables que se tratara de un brasero u otro tipo semejante de vasija ceremonial.
El mono recibía el nombre en náhuatl de ozomantli y era un animal que estaba presente en el imaginario de las personas. Estos animales fueron creados durante el segundo sol 4 viento o Nahui Ehecatl, en el cual los hombres, debido a que no adoraban a los dioses, fueron destruidos con un fuerte viento que los hizo volar por los cielos y los pocos que sobrevivieron corrieron a esconderse entre las copas de los árboles, convirtiéndose en monos. Estos animales, de acuerdo con Seler, se consideraban que eran alegres, divertidos y entretenidos, por lo cual se asociaban con el canto y el baile, pero debido a su comportamiento libidinosos eran también representantes del pecado, el placer prohibido y la muerte. Estos atributos asociaban a este animal con Huehuecoyotl, dios de las artes, la música y la danza ceremonial, al igual que con Xochipilli, dios vinculado con las flores, la alegría, la música, el canto y el trance alucinatorio.
La importancia de este animal fue tal, que el decimoprimer signo del calendario recibía su nombre y se pensaba que las personas que nacían en él adquirían las características del mono, es decir, eran de acuerdo con fray Diego Durán “hombres alegres, truhanes, graciosos, representadores y ganaban su vida a ello; tendrán muchos amigos, serán cabidos entre los reyes y señores, y si fuere mujer, será cantora, regocijada, graciosa, no muy honesta ni casta, risueña y muy fácil de persuadir en cualquier cosa”.
Esto nos ayuda a pensar que esta pieza, integrada a una vasija ceremonial – como brasero – servía para las festividades que se realizaban en honor a Huehuecoyotl o Xochipilli o quizá, formaba parte de los objetos que se utilizaban en uno de los templos de estos dioses, siendo una pequeña muestra de la ritualidad que tuvieron los pueblos del Posclásico y el simbolismo que le dieron a los animales.