En Mesoamérica la práctica de llevar orejeras como adorno corporal se tiene detectada desde el Preclásico temprano, cuando la complejidad social interna de las sociedades comenzaba a ser mayor en comparación con las sociedades más igualitarias. Estos adornos se colocaban en los lóbulos de las orejas, que tenían que ser perforadas en muchos casos desde la infancia, y en otros casos en adultos, pero en determinadas fechas marcadas por el calendario indígena. Su distribución a lo largo y ancho de Mesoamérica es constante. Se han encontrado en yacimientos arqueológicos que abarcan toda la época prehispánica, es decir del Preclásico al Posclásico, cuando, con la llegada de los españoles, estos objetos dejaron de utilizarse. Se han encontrado elaboradas en diversas materias como jadeíta, oro, piedra blanca, serpentina, obsidiana o concha.
Las orejeras no eran portadas solamente por individuos de las sociedades indígenas, sino que también podemos observarlas como accesorios de joyería colocados en esculturas o máscaras de piedra. En numerosas representaciones pictográficas de códices o pintura mural, los dignatarios, sacerdotes y militares generalmente portan estos objetos. Si analizamos a detalle cada una de estas representaciones podemos apreciar que la variedad de tipos de orejeras es inmensa. Algunas están hechas de más de una pieza y pueden representar flores, incluir inscripciones glíficas e incluso representar rostros humanos o de deidades.
La primera orejera de este lote tiene forma discoidal con caras frontal y trasera de forma circular. En su corte lateral presenta la forma de un carrete delgado con paredes curvo- divergentes.
La segunda orejera también presenta sus dos caras, anterior y posterior, con forma circular, sin embargo, se diferencia de la primera en que el cuerpo tubular que une ambas caras es mucho más corto y ancho, por lo que en su corte lateral presenta una forma de carrete irregular. Ambas orejeras fueron desgastadas y pulidas en obsidiana verde.
Este objeto nos ayuda a imaginarnos la parafernalia que utilizaban los dirigentes de este momento. Así, acompañando a la orejera se encuentran bezotes, collares con grandes cuentas de jade y pectorales, tocados imponentes con plumas, pieles y adornos de papel, así como distintos vestuarios con telas de múltiples diseños. Todo ello, se podía acompañar en ocasiones con una pintura corporal o máscaras, dotándole a la persona de una nuevo ser, una nueva piel.
Estas indumentarias, además, mostraba el intercambio que desarrollaban los pueblos de la época prehispánica, ya que había materiales, como la obsidiana para las orejeras, que se obtenían de lugares cercanos como la Sierra de Hidalgo, pero otros más, como las plumas o las pieles de jaguar, provenían del sur de México y productos como la turquesa se extraían del sur de Estados Unidos y el norte de México. Esto llevaba que el vestuario y los adornos fueran un signo patente de las relaciones que tenía un pueblo y con ello también del poder que ostentaba.