La ornamentación corporal en Mesoamérica era de lo más rica y variada en cuanto a materiales y representaciones creadas. Los altos mandatarios utilizaban accesorios como bezotes, anillos, collares, pulseras, orejeras, diademas y muchos otros objetos para denotar su estatus en la sociedad. En el registro arqueológicos llegamos a encontrar este tipo de objetos completos en los entierros, donde las personas eran enterradas de una manera muy lujosa, muchas veces tratando de emular a un dios. Aunque también podemos encontrar fragmentos de estas piezas en basureros o rellenos y, pocas veces, se encuentra aisladas de cualquier otro objeto con el que estaba relacionado.
El objeto que aquí observamos es un pendiente que probablemente colgaba de algún hilo o collar de otro material, a saber, de naturaleza orgánica que ya se ha perdido con el paso del tiempo. La variedad de formas que pudieron tomar los pendientes es enorme, desde representaciones abstractas difíciles de interpretar (como la pieza 1589 de la Colección Amparo) hasta algunas piezas que hacían alusión a seres y animales.
El pendiente tiene forma de cabeza de un ave, posiblemente un pato, y fue elaborado en barro. La rompa se encuentra ligeramente curveada hacia arriba y conforme llegamos a la parte media de la pieza comienza a adquirir grosor, simulando un círculo de perfil y, en el extremo contrario, comienza una vez más a perder grosor, simulando un pequeño triángulo que podrían sugerir la representación de plumas. En la parte más ancha, de cada uno de los lados, se realizó una incisión circular y, debajo de esta, una perforación que atraviesa la pieza para que el pendiente pudiera ser colgado.
Cuando observamos este pendiente llama de inmediato la atención la manera en la cual la pieza trata de emular en forma y acabado a otras cuentas muy parecidas que eran realizadas en obsidiana. Este fenómeno, que actualmente llamaríamos de falsificación, donde se trata de hacer pasar un objeto como verdadero u original, nos muestra que este fenómeno no es moderno, sino que tienen una larga historia.
Esto, pese a que en las fuentes no se aborda, existen algunas referencias indirectas sobre el tema y su difusión, esto, sobre todo lo sabemos ya que se llegaba a castigar hasta con pena de muerte a quien imitara u ostentara un signo u objeto que no era propio de su rango. Esta prohibición nos refleja, además del estricto sistema de justicia prehispánico, que existía una práctica difundida de la imitación de objetos e insignias de prestigio, a tal grado que era estrictamente normada para poder ser controlada.
La escena que nos deja ver esta pieza es por demás llamativa, donde se encontraba un noble con su ajuar tallado y pulido en obsidiana y, por otro lado, una persona de una menor jerarquía usaba un ajuar casi idéntico de color negro, pero a un ojo atento el brillo no era el mismo, la forma era ligeramente más tosca y la pieza no tenía la translucidez necesaria, evidenciando una pieza de cerámica.
Por último, vale la pena también mencionar que las representaciones de aves, particularmente de patos, como parece ser este caso, se asociaban con la deidad del viento: Ehécatl Quetzalcóatl por su relación con la llegada de las lluvias y los ciclos migratorios de estas aves acuáticas.