Desde el período que conocemos como Preclásico medio aparecen en la iconografía mesoamericana las barras, cetros o bastones asociados al ejercicio del poder. Dichos artefactos son especialmente frecuentes en los monumentos olmecas y mayas, aunque pueden verse en la costa del Golfo y en otros sitios. También algunos abanicos y ciertas armas aparecen empuñados por personajes de alto rango como símbolos de poder.
Sin contar con más información no podemos dar una respuesta definitiva sobre los usuarios de cetros como los dos que aquí registramos. Tiene que tratarse de personajes de muy alta jerarquía, que podrían ser sacerdotes o gobernantes.
Esta pieza, junto con la marcada con el registro 371, pertenecen a la tradición Mezcala y formaron parte de conjuntos funerarios con varios tipos de objetos. Es probable que la mayoría de las tumbas de dicha tradición hayan tenido solamente figuras antropomorfas, que probablemente representaban a los difuntos mismos o a sus ancestros. Pero las tumbas de personajes de mayor jerarquía tuvieron también figuras zoomorfas, figuras de hombres sentados, templos, máscaras y, algunas de ellas, cetros como éstos.
La presencia de una cabeza en el extremo del bastón o cetro parece relacionarse también con el culto a los ancestros, que es el eje del ritual funerario mesoamericano en general. Estos artefactos tienen cierta semejanza con el llamado “cetro maniquí” del área maya. Es probable que hayan sido utilizados en vida por los jefes de cada comunidad y que al morir se les enterrara con ellos. En este caso los cetros, como los collares y brazaletes, serían parte del ajuar que pertenecía al difunto.
El aspecto de los rostros tallados sobre los cetros recuerda bastante al de las figuras antropomorfas y las máscaras Mezcala.
El material empleado en la elaboración de esta pieza podría ser basalto; vale la pena recordar que la lapidaria de la cuenca media del Balsas se valió de abundantes minerales, de diferentes texturas y colores. En cambio, no encontramos figuras Mezcala de jade. Es probable que el modesto poder de estos señoríos no excediera la región del Mezcala y el Balsas, y por lo tanto no tendrían acceso al abasto del jade que era un bien de muy alto valor acaparado por las élites de los reinos más poderosos.