Entre las vasijas que se encuentran con más frecuencia en Teotihuacan están las miniaturas. Éstas generalmente copian la forma de la vajilla teotihuacana, pero en un tamaño pequeño, menor a los cuatro centímetros. Dichas piezas tenían un carácter funerario, ya que la mayoría de las veces se han localizado cubriendo un entierro – a los lados y arriba de los huesos –, para lo cual era necesario usar varias decenas de piezas. Su carácter debió ser muy importante dentro del entierro, ya que estas vasijas se pueden encontrar completamente rotas en pequeños pedacitos, lo cual se acostumbraba a practicar en el mundo prehispánico con aquellos objetos que adquirían tal energía dentro del ritual, que su presencia en el mundo cotidiano era peligrosa, por lo que debían ser rotos o enterrados. También existen propuestas que indican que estos objetos pudieron ser juguetes para niños, por sus reducidas dimensiones.
Ejemplos de estas vasijas tan características las encontramos en las piezas 120 y 121 de la Colección Amparo. La primera de ellas es la más pequeña, midiendo apenas 1.8 cm. La pieza imita por completo una olla de grandes dimensiones, pero en una escala muy reducida. Tiene la base convexa, el cuerpo es curvo-convergente y presenta un pequeño cuello recto. La boca de la pieza es circular y tienen un borde redondeado. A los lados del cuerpo se encuentran dos asas sólidas, cónicas, con una perforación a cada lado. La superficie de la pieza es alisada, apreciándose los desengrasantes que tiene la pieza y el color anaranjado de la pasta.
En cambio, la pieza 121 es más grande, aunque apenas alcanza los 3.2 centímetros y, al igual que la anterior, copia las formas de una olla de grandes dimensiones. En esta pieza destaca su superficie áspera. Presenta concreciones de cal en el cuello y en la boca, aunque también tiene restos de pigmento rojo en el cuerpo, lo cual nos puede indicar que formaba parte de un entierro. A diferencia de la anterior pieza, ésta es completamente sólida. Cuenta con una base convexa, cuerpo curvo-convergente, cuello igualmente curvo-divergente y una boca circular con borde redondeado. La parte interna de la pieza, en lugar de encontrarse hueca, está completamente sólida, lo cual hace que, en la parte superior, se genere una superficie cóncava. En el cuerpo tiene colocadas tres asas sólidas verticales con una incisión en la parte distal y una perforación en el centro. La pieza, aunque se elaboró con un barro anaranjado, en el proceso de cocción quedó muy cerca de los leños, lo cual hizo que adquiriera tonalidades, cafés, grisáceas y negras. Cabe recalcar que esta pieza tiene un gran parecido con las ollas tipo Tláloc que se podrán encontrar posteriormente en el Posclásico, existiendo con ello una posible conexión del simbolismo que tenía, más si tenemos en cuenta que a partir del 250 d.C. Tláloc será muy representado en la ciudad de Teotihuacan, a tal punto que en muchas ofrendas se encuentran vasijas con su rostro, en las cuales podemos hallar asociadas estas pequeñas ollas.