En estas dos esculturas de apenas tres y medio centímetros de altura se advierte la magistralidad de los artistas de la cultura tumbas de tiro. En el extenso territorio que ocupó desde lo que en términos actuales es el sur del estado de Zacatecas, Nayarit, Jalisco, Colima y partes adyacentes de Michoacán, se identifican numerosas modalidades estilísticas zonales en su producción cerámica, de las que he planteado que constituyen un gran estilo, y una de sus características principales en las obras en formato escultórico radica en el énfasis en lo anatómico. En ambas miniaturas se comprueba tal cualidad.
Los dos músicos que montan su instrumento exhiben una delicada figuración de sus cuerpos en apariencia desnudos, únicamente ataviados con un tocado de banda enrollada. Podemos apreciar los rasgos faciales, con grandes ojos y nariz; a los lados del rostro resaltan las orejas con punzonaduras, las cuales remiten a la importancia del sentido del oído para este arte; en su diminuta corporeidad se marcaron los glúteos y tanto en las manos como en los pies se indicaron los dedos. Sus posturas inclinadas hacia delante son elocuentemente dinámicas, no idénticas, tal como se nota en los brazos que levantan en distintas maneras para mostrar las palmas, en actitud de estar a punto de percutir los tambores. Sus cuellos fueron perforados transversalmente, lo que señala que las piezas funcionaron como pendientes. Todo indica que se trata de un dueto creado por el mismo escultor y procedentes del mismo contexto, probablemente de tipo funerario. Acaso estos minúsculos músicos fueron portados en vida y muerte por un oficiante musical, como parte de su atavío identitario.
De acuerdo con la organología, el instrumento es un membranófono, en el cual el generador de sonido, por medio de la percusión, es una membrana tensada en una caja de resonancia. El membranófono más conocido en el mundo mesoamericano, es el que en náhuatl se llama huehuetl, también está presente en la cultura tumbas de tiro. Consiste en un tambor vertical de forma cilíndrica hecha con un tronco ahuecado o de cerámica; el fondo se mantenía abierto y en la parte superior se fijaba una membrana de piel de animal; se tocaba de pie con las manos.
Los tambores en el dueto que nos ocupa son una variante del anterior, pues se tocan horizontalmente y para colocarlos en esta posición cada una cuenta con dos apoyos que elevan ligeramente el lado que sería percutido. En náhuatl les corresponde el nombre de tlalhuehuetl, “tambor de tierra”, debido a que se recuestan en el suelo.
De modo semejante a lo advertido respecto al modelado de la corporalidad, en estas pequeñísimas esculturas sobresale la atención puesta en detalles de los tlalhuehuetl, como tales soportes, aptos para la postura de los músicos en acción y que con claridad indican que están diseñados para percutirse horizontalmente con las manos; asimismo, que el extremo no cubierto permita ver que se trata de volúmenes cilíndricos huecos. Hasta donde conozco, en el repertorio de instrumentos musicales mesoamericanos, este tipo de tambores son excepcionales, pues al parecer únicamente hay representaciones de ellos en la cultura tumbas de tiro, en lo particular en figuras huecas y sólidas, individuales o como parte de escenas colectivas, elaboradas en talleres cerámicos de Colima, Jalisco y Nayarit.
Para concluir, conviene subrayar las elevadas cualidades expresivas de estas imágenes de músicos en una actividad que cumplía funciones de radical importancia en situaciones de carácter ritual de índole religioso, social, político, bélico o deportivo, entre otros; como indicio del poder de la música, cabe recordar que las sociedades mesoamericanas la consideraban una creación divina.