En este pequeño recipiente sobresale el elemento figurativo que sirve principalmente para sostenerlo con una mano y facilitar su movimiento; como es evidente, la segunda función es la de soporte y junto con los dos pies cónicos colocados de modo equidistante se conforma un cuenco trípode. El largo prolongado del mango y la pérdida del engobe rojizo que en el resto de la superficie de la obra todavía se conserva, permiten inferir su recurrente utilidad práctica. No es posible saber si ello ocurrió en una situación doméstica o en una ritual, no obstante, cabe decir que el desgaste del interior del cuenco es leve y que su base no muestra exposición al fuego. Es probable que en su destino final nuestra vasija haya sido sepultada, quizá como una ofrenda, pues las manchas blancas que se ven en las patas y la base son depósitos salinos, es decir, ciertos minerales que pueden hallarse en el subsuelo y que al paso del tiempo se van impregnando en superficies porosas.
Volvamos al elemento figurativo. El delicado abultamiento del extremo modela la cabeza y con simples incisiones se plasmaron los ojos y la boca. El cuerpo curvilíneo del ofidio resulta apropiado para el diseño funcional de este recipiente y acaso predominó en su elección, y no los simbolismos diversos que el animal tuvo entre las sociedades de Mesoamérica, entre los que descuella una iconografía acuática. Su utilidad práctica simultáneamente otorga notabilidad al recipiente, pues exalta la belleza y el carácter artístico de una obra con manufactura cuidadosa. A este respecto es conveniente atender la historicidad del arte, de su producción y conceptualización, y en contraste con las ideas promovidas por el sistema moderno que demeritan los usos prácticos de los objetos, para las sociedades de cualquier temporalidad lo artístico es inherente a su funcionalidad. La arquitectura y la alfarería son dos de las artes en las que destacan la coexistencia de ambas funciones.
En el México antiguo el barro fue un material magistralmente en la creación de vajillas, esculturas y construcciones; La Venta, Tabasco y Casas Grandes, Chihuahua, por mencionar un par de sitios, ofrecen ejemplos de arquitectura de tierra. Sobre la alfarería cabe destacar que aun cuando se trata de volúmenes con la función primaria de contenedores, con suma frecuencia los recipientes se utilizaron sólo como superficies para pintar o grabar imágenes en las paredes interiores o exteriores. Asimismo, algunas vasijas ostentan rasgos escultóricos por presentar elementos figurativos en volumen.
Los mangos, asas y pies a la vez que adiciones óptimas para favorecer el diseño funcional de los recipientes, también resultaron idóneas para desplegar la sensibilidad artística de los alfareros; este cuenco en la colección de arte mesoamericano del Museo Amparo es un testimonio de ello.