El alfiler se define como un instrumento alargado y esbelto con punta en uno de sus extremos que se utiliza para sujetar, sea en la confección textil, el peinado o la colocación de tocados; existen variaciones en material, forma, tamaño y técnica de elaboración. Son de hueso, madera, piedra y metal –en Mesoamérica los de metal son tardíos y sobresalen los de cobre-; los más reconocidos tienen un extremo con “cabeza” para evitar su desplazamiento; también los hay sin ese abultamiento o de “cabeza perdida”. Los dos que vemos están hechos en piedra verde-grisácea jaspeada en ocre, son de sección circular y tienen la peculiaridad de contar con dos puntas; cabe notar que en cada caso se ha perdido uno de sus extremos puntiagudos, quizá como consecuencia del uso. Sin duda, son piezas frágiles de reducido espesor y menos de 9 cm de largo; su aparente sencillez no conlleva una manufactura inmediata, tal como lo revela el estudio de las llamadas cadenas operativas.
En el análisis de la tecnología lítica antigua es frecuente que la función específica de los artefactos sea inferida, aunque testimonios indirectos, como las representaciones plásticas, pueden resultar muy reveladores al respecto, incluso sobre utensilios hechos con materias perecederas, como en el relieve en piedra de una de las estelas de Huilocintla, Tuxpan, Veracruz, de la cultura teenek del Posclásico, en la que un individuo fastuosamente ataviado atraviesa su lengua con una larga vara de madera, lo cual se identifica porque uno de sus extremos está bifurcado. Las imágenes y evidencias arqueológicas igualmente revelan usos de los instrumentos distintos a los prácticos. En una de las escenas pintadas en la página 36 del códice Tonalámatl de los pochtecas, se ve un punzón de hueso junto a una espina de sacrificio entre una pareja de deidades del maíz, como símbolo del discurso de contenido sacrificial que mantienen, corroborado por la presencia de otros objetos alusivos a ese tema. En Teotihuacan se encontraron fragmentos de desechos de talleres líticos como ofrendas funerarias, y en entierros humanos registrados en Tizapán, Jalisco, y Amapa, Nayarit, aparecieron agujas de metal; de los anteriores depósitos mortuorios se infiere que los difuntos se acompañaban de materiales relacionados con sus oficios, al modo de insignias. Se trata claramente de valores simbólicos de los instrumentos, lo que nos lleva a retomar la materialidad de este par de alfileres de la colección del Museo Amparo.
De una parte, la antigüedad de la manufactura de objetos en piedra es remota; en lo que actualmente es el territorio mexicano se remonta a la presencia inicial de las sociedades humanas, hace unos treinta mil años según el estado actual de conocimiento. Fue fundamental en el desarrollo de sus tres superáreas culturales: Aridoamérica, Oasisamérica y Mesoamérica. Los alfileres que atendemos tienen esta última atribución, dada la historia de la colección en la que se encuentran.
Probablemente se hicieron a partir de cantos rodados de serpentina, un mineral abundante en Guerrero y Puebla; por su fácil acceso, recurrentemente en la industria lítica se aprovecharon las rocas reducidas en tamaño y alisadas al desplazarse por los ríos. Igualmente se usaron los bloques extraídos de minas. La lítica involucra complejas cadenas operativas que abarcan el proceso de obtención de la materia prima, la elaboración, técnicas, la existencia o disposición de tecnologías, la utilización y desecho o reutilización de los objetos, así como grupos que controlaran toda la secuencia, incluidos los procesos de transmisión del conocimiento.
El contexto específico de estos alfileres de doble punta determinaría si se trataba de objetos de prestigio, sus usos prácticos y destino final, acaso exaltando su hechura en piedra verde, sea que su elaboración haya sido local, en relación con la disponibilidad de la materia y de los artífices especializados, o que la piedra o los objetos mismos se hayan importado.