En este espléndido rostro destacan los afanes naturalistas tanto en la delicada talla del bloque pétreo de color castaño claro, como en el acabado con incrustaciones de concha. El artífice produjo una placa ovalada y cóncava, apta para sobreponerse a la anatomía de una cara. En el borde superior tiene tres perforaciones para pasar cordeles y atarla a la cabeza del portador. La alternancia de finos abultamientos y depresiones forman la frente, las cuencas oculares, la nariz, los pómulos, labios y la barbilla; lateralmente pueden verse las orejas largas y rectangulares, diferenciadas del rostro por medio de acanaladuras. En relieve resaltan los grandes arcos superciliares unidos al delgado volumen de la nariz, que visto de perfil es ligeramente arqueado; tiene las aletas figuradas y también las horadaciones nasales.
En contraste con el modelado del anverso, la superficie posterior es lisa, sólo con tres perforaciones rectangulares horizontales en la zona de los ojos y la boca; los orificios nasales mencionados no atraviesan la placa; como salientes oblicuas se ven los costados y las orejas de la cara. Volviendo a la vista frontal, descuellan los ojos y colmillos como incrustaciones de concha, seguramente pegadas con alguna resina, como el copal. Con estos elementos se completa la imagen de un rostro vital y expresivo.
Dos placas cortadas en precisos contornos almendrados y al centro con perforaciones circulares componen la esclerótica e iris de los ojos; las tenues estrías diagonales dotan de vivacidad a la mirada. Mientras que en los lados de la boca entreabierta son notables dos blancas formas con silueta de gota. Es probable que esta obra cumpliera una función funeraria, al modo de una máscara que preservaba por la vía de la imagen la vitalidad corpórea y la identidad social de un cadáver, esqueleto o de los restos en un bulto mortuorio, y en este sentido, resulta muy llamativo el énfasis puesto en los órganos sensibles, pues el rostro mira, respira y habla, y su corporeidad es sutilmente tridimensional.
En el arte lapidario de la cultura Mezcala se identifican tres variantes estilísticas; la llamada chontal es la que ostenta esta máscara. Se caracteriza por su mayor naturalismo, dentro de los cánones de la estética abstracta propia de las imágenes figurativas esculpidas en piedras de granos finos y compactos de ese importante desarrollo detectado en el centro, norte y Tierra Caliente de Guerrero y en zonas adyacentes del Estado México, Morelos y Michoacán, un vasto territorio atravesado, de oriente a poniente, por la depresión del río Mezcala-Balsas. En la búsqueda de dicho naturalismo, los talleres que produjeron la variedad chontal utilizaron en sus obras materiales como concha, pirita y obsidiana para plasmar ciertos detalles.
El material malacológico de esta máscara se encuentra entre los recursos accesibles a la sociedad mezcalense, de un lado porque ciertas especies de moluscos gasterópodos y bivalvos son propias de la fauna del caudalosa corriente de agua dulce Mezcala-Balsas, y, asimismo, porque esta misma era una vía para obtener especies marinas, pues su largo cauce desemboca en el océano Pacífico, en donde se localiza el puerto de Zacatula.
No obstante, la disponibilidad de las materias primas, las piedras de consistencia fina y compacta y las conchas eran altamente valoradas debido a sus atributos simbólicos ligados con el mundo acuático, subterráneo y primigenio del cosmos. Igualmente, los objetos hechos con ellas se consideraban bienes de elevado prestigio social debido a que su elaboración era especializada; en ambos casos se requería de experimentadas manos capaces de hacer cortes y tallas precisas, sin posibilidad de corrección de errores.
De tal manera, esta máscara ostenta el armónico rostro de un ser humano de alto estatus, cuya permanente vitalidad y expresividad está impregnada de sacralidad.
Verónica Hernández Díaz