La forma de la cabeza, de la boca ancha y los ojos, así como la redondez aplanada del cuerpo de los dos objetos remite a ranas, principalmente el que tiene las patas encogidas bajo el cuerpo y una perforación en la parte posterior que indica su funcionamiento como pendiente; dada la manufactura especializada de ambas piezas lapidarias podemos considerarlo una joya, lo que no elimina la posibilidad de su uso en cierta parafernalia ritual. De la segunda obra, la identificación no es del todo clara debido a la protuberancia lobulada en el dorso, e igualmente por la tendencia a lo esquemático que distingue al estilo Mezcala; descuella la figuración de un moño plegado en la parte posterior de la cabeza, que pudiera enlazarse con una de las significaciones dadas a esta especie.
En el repertorio figurativo del arte en piedras semipreciosas de la tradición cultural con el mismo nombre las ranas se encuentran entre las contadas especies de fauna representadas en cantidades notablemente menores a las imágenes humanas; de modo inmediato, así podemos advertirlo en otras obras de la misma colección de arte del Museo Amparo. La relevancia fundamental del material en este arte orientó la elección de la forma por tallar –en determinado marco cultural de opciones- y finalmente la habilidad personal del artista terminó por definir la calidad y apariencia singular de cada imagen en este arte. Es factible que, en los ojos de ambas ranas, vistos como punzonaduras circulares, tuvieran incrustaciones de concha u otro material.
En la cosmovisión mesoamericana los anfibios, como las ranas, encarnan un espacio de frontera entre el inframundo acuático y el nivel terrestre. El desarrollo de su ciclo vital en ambos medios representó ese lugar ambiguo y de transición, que no concernía a dos niveles meramente físicos, sino a estratos culturalmente conceptualizados con valores sobrenaturales. Los anuros, es decir, las ranas y los sapos, abundan en la iconografía del arte mesoamericano, en cuya diversidad plástica los encontramos en soluciones que oscilan entre el naturalismo, la abstracción y las modificaciones fantásticas, al igual que formatos variados.
En el Preclásico tardío sobresalen los llamados “tronos” de la cultura Izapa, esculturas pétreas de formato mediano o mayor cuya horizontalidad evocadora de lo terrestre integra una dicotomía complementaria con la verticalidad de las estelas, asociada con el plano superior celeste; algunos de esos “tronos” fueron horadados en la parte superior para contener agua, y en este orden de ideas, en otras sociedades se incorporaron pequeñas esculturas en ofrendas a entidades divinas de la lluvia como la materialización de algo efímero: el croar que antecede la precipitación pluvial y se acentúa con la caída del líquido vital, lo que a su vez remite a la fertilidad agrícola y a la época húmeda del año.
Esta segunda vertiente del simbolismo de las ranas guarda afinidad con el moño de la segunda pieza que vemos, pues en el arte nahua de la cuenca central de México, tanto en el Posclásico tardío como en la etapa colonial temprana, se elaboraron imágenes escultóricas y pictóricas en las que el dios de la lluvia ostenta en la nuca un moño de papel plisado, a veces con manchas de hule. Junto a las funciones simbólicas, se añade su consumo como alimento.
La tradición cultural Mezcala se desenvolvió en torno a un ámbito fluvial, el gran río Balsas-Mezcala, que atraviesa Guerrero; la territorialidad se ubica en las zonas centro, norte y Tierra Caliente de ese estado, y en la colindancia con Morelos, Estado de México y Michoacán. Entre sus elementos característicos se hallan sitios con arquitectura destacada, la cerámica de los tipos Blanco Granular y Yestla-Naranjo y la producción lapidaria. Como lo testimonian las dos ranas que atendemos, este último arte se distingue por tallas esquemáticas en formatos usualmente menores a los 20 cm, por tanto, se trata de objetos fácilmente transportables.
La portabilidad es un rasgo importante, pues a través de piezas como estas se configuraron y transmitieron códigos plásticos y sistemas ideológicos entre las diversas sociedades que en el transcurso de cuatro mil años habitaron la macroárea cultural mesoamericana.
Verónica Hernández Díaz