La cerámica huasteca representa la tipología mejor definida y también la más conocida de la época prehispánica. Aunque podemos encontrar indicios de este tipo de cerámica desde el siglo XI, es hasta el siglo XIV que desarrolla sus peculiares diseños pintados que también aparecerán labrados sobre la piel de algunas esculturas en piedra.
La cerámica huasteca se caracteriza por ser una pasta dura y llevar irremediablemente un engobe blanco o beige claro. En esta pieza, la policromía se restringe a dos colores: el negro, que en realidad es un marrón oscuro, y el rojo, en una tonalidad tan oscura que es poco diferenciable del marrón. El rojo se utilizó para cubrir dos elementos puntuales: los círculos en las mejillas y el borde de la boca abierta. Este último rasgo es sumamente significativo, pues se conocen variantes de cerámica huasteca donde toda la decoración consiste en una línea roja alrededor del borde de la vasija, es decir, de la “boca”. Cabe agregar que en la cerámica de esta región, el color rojo se destina a cubrir elementos que podríamos considerar “extremos”, como la punta de la vertedera (otra abertura), el ombligo, o las palmas de las manos, como sucede en la vasija zoomorfa de este museo registrada con el número 1480.
El volumen consiste en una olla de cuerpo muy alargado con carena muy baja y una base cóncava. En el centro sobresale un rostro humano con las manos sobre el abdomen, los dedos se remarcaron con cinco profundas incisiones. Lleva los ojos cerrados indicados por otra incisión en forma de media luna, y bordeada por una línea pintada. Los ojos cerrados, cualidad no sólo de alguna cerámica sino de numerosas obras escultóricas, han llevado a los estudiosos a identificar a estos personajes como difuntos. De las esquinas de los ojos salen unas líneas oblicuas pintadas que se ensanchan conforme se acercan a la oreja, características de la imaginería huasteca del Posclásico tardío. Su volumetría es relativamente atípica, pues carece tanto de asas como de gollete o vertedera, este último rasgo acompaña a la gran mayoría de las vasijas efigie, así sean antropomorfas, zoomorfas o cefalomorfas.
Uno de los elementos más interesantes es el diseño vertical pintado sobre la pared opuesta al rostro. Consta de dos bandas paralelas con los extremos superiores curvados en sentido divergente. El interior se rellena con líneas verticales y horizontales de distinto grosor. A cada uno de los lados de este elemento aparece un arco relleno con una hilera de tres puntos. Eduard Seler identificó el elemento vertical como un encendedor de barrena o bastón para hacer fuego. Sin entrar en discusión sobre esta identificación no exenta de polémica, llama la atención que este diseño a menudo cubre la vertedera en las vasijas efigies. La pieza catalogada con el número 1464 de este museo muestra precisamente la vertedera decorada con el diseño de “encendedor de barrena”. Es muy sugerente que en algunas vasijas donde la vertedera no se encuentra detrás del rostro, sino a un costado, se haya pintado este diseño sobre el lado contrario, como si el alfarero quisiese restituir la simetría tridimensional por medio de un recurso bidimensional.
Sobre la base se pintaron dos fragmentos del diseño conocido comúnmente como “mazorca” (segmentos de arco cóncavos con tres puntos al centro) y tres arcos semicirculares sin continuidad alguna con el resto de los diseños, un rasgo sumamente excepcional en la cerámica huasteca, donde la pintura envuelve la volumetría de forma ininterrumpida como una piel. Esta excepción podría haber sido motivada por el marcado punto de inflexión entre las dos curvaturas cercano al ángulo recto.
Aunque los diseños de la cerámica huasteca aún seguirán suscitando numerosas dudas en cuanto a su significación, esta producción material representa un valioso ejemplo para estudiar la interacción entre volumen y superficie pictórica en la plástica prehispánica.