Durante largo tiempo se denominó “Las Bocas” a un tipo de cerámica preclásica propia del Altiplano Central que mostraba una fuerte relación con algunas manifestaciones visuales olmecas. Durante la década de 1960, la fama de esta cerámica devino en un saqueo voraz. Con excepción de los trabajos arqueológicos llevados a cabo por Piña Chan en 1967 (cuyos resultados, por cierto, nunca fueron sacados a la luz), es hasta 1995 que se llevaron a cabo excavaciones formales en el paraje de Las Bocas-Caballo Pintado, a escasos kilómetros al este de Izúcar de Matamoros en el estado de Puebla. Hoy en día sabemos que el tamaño y estatus conferido a este sitio no corresponde con la realidad, fue considerado más bien una pequeña aldea, sin comparación a otros yacimientos preclásicos como Tlapacoya o Tlatilco, con los cuales se le comparó en algún momento. Debido a su ubicación estratégica, este sitio representa un importante eslabón entre las rutas de intercambio del Altiplano Central con la Costa del Golfo.
La presente vasija en forma de pato atribuida al sitio de Caballo Pintado representaría un excepcional trabajo conservado en excelentes condiciones. Su característico color negro no depende de los componentes de la pasta, sino de la cocción bajo una atmósfera reductora, es decir, a través de una combustión lenta que impide la existencia de grandes cantidades de oxígeno libre. Este color también puede deberse a un proceso de ahumado introduciendo ramas verdes al final de la cocción. A diferencia de otros ejemplos de cerámica negra preclásica, como las vasijas efigie zoomorfas de Tlatilco, el color negro no es uniforme, presenta manchas que van desde el gris oscuro al claro.
El volumen de esta vasija consiste en una forma compuesta por una base curva semiesférica unida a un cuello recto convergente que en la parte posterior se extiende hasta desarrollar una curvatura convexa que simula la cola del pato. La cabeza del ave se manufacturó por medio de la técnica de pastillaje con cuatro profundas incisiones que representan los ojos y las fosas nasales.
La carena (el punto de intersección de las paredes de la vasija con curvatura distinta) se remarcó por medio de una nervadura. En este caso, la nervadura no es continua, solamente aparece en los costados de la figura creando la idea de aletas. Sobre estas dos salientes se tallaron una serie de muescas verticales, acentuando aún más la idea de esta parte anatómica. A lo largo del borde de la vasija, a cada lado de la cabeza, se dibujó una línea continua en forma de meandro entre dos líneas paralelas. Por lo general, estas incisiones se realizan cuando el barro ya está seco, pero antes de la cocción. Este diseño de borde lleva a cabo un vuelco interesante al alcanzar la cola, ya que de cubrir la pared exterior se vuelve hacia la pared interior.
Podríamos concluir que esta vasija representa una concepción espacial inversa a lo que sucede en otras vasijas-efigie atribuidas a la misma tradición. En otros ejemplos de cerámica negra preclásica (entre ellas dos aves con el número 221 y 222 de este mismo museo), la figura zoomorfa se funde y se hace una misma con el volumen contenedor. Por el contrario, aquí los rasgos salientes que definen la figura, como la cabeza, las aletas y la cola, se insertan sin afectar la regularidad volumétrica de la vasija.
Llama la atención que algunas características de esta cerámica reaparecerán durante el periodo Clásico en la región de Pánuco. El tipo de incisión, el color y el bruñido recuerdan a la cerámica Zaquil negra definida por Gordon Ekholm. De igual modo, la carena resaltada con una nervadura con muescas verticales es común en la tipología Zaquil roja descrita por el mismo Ekholm.