Lo primero que salta a la vista al mirar dos de estos vasos es que reproducen una tipología creada en la ciudad de Teotihuacán y difundida por Mesoamérica durante el Clásico temprano: el vaso trípode con tapadera, de paredes rectas y fondo plano. La gran diferencia, por supuesto, es que se trata de recipientes de piedra, a diferencia de los teotihuacanos, que son de barro. Es muy probable que el célebre modelo teotihuacano, conocido y seguido en ciudades tan lejanas como Kaminaljuyú, en Guatemala, o Río Verde, en San Luis Potosí, haya sido adaptado a una tradición artística cuya expresión preferente era la lapidaria.
La asociación de estos vasos con diversos objetos de tipo Mezcala en algunas colecciones hace pensar que se trata, precisamente, de elementos que completan el conjunto funerario de dicha tradición. Los vasos trípodes teotihuacanos se han encontrado en contextos funerarios también, no eran urnas para ceniza (como no lo eran los vasos zapotecos) sino recipientes para ofrendas. Algunos se han hallado con pintura de cinabrio en su interior, muy típico de los contextos funerarios. Por otra parte, la conexión entre Teotihuacán y la cultura Mezcala es algo que ya se advierte en diferentes piezas, e incluso es probable que en ocasiones los artistas de la cuenca del Balsas medio hayan realizado obras con el fin expreso de enviarlas a la metrópoli de la meseta.
Si efectivamente estos vasos completan el conjunto funerario Mezcala como pensamos, habrían formado parte de los entierros más ricos, aquellos en los que también encontramos, por ejemplo, cetros, al lado de máscaras y gran cantidad de figuras antropomorfas y zoomorfas.
La excavación de la piedra para formar un recipiente, y también el delicado arte de hacer en una sola pieza felino y tapa o vaso y patas, corresponden con el gran desarrollo del arte lapidaria propio de la cuenca del Balsas.