Quizá la atracción por la máscara, la afinidad que sentimos al verla, se debe a la relación de reciprocidad que tiene con el rostro. Su función no se reduce a ocultar un rostro y a presentar uno nuevo, ya que la máscara no esconde el rostro real sino que lo hace existir: nos sentimos observados por la máscara. En ese intercambio de miradas que establecemos con ella, se hace patente la ausencia del rostro que estaba destinado a portarla.
Al estar constituida por una materia propia, en este ejemplo una compacta y pesada piedra verde muy pulida, que permitió separarla de su soporte corporal y contemplarla de manera aislada, se pone en evidencia la relación que existe entre el rostro y la máscara. El rostro de piedra verde no es propiamente una máscara. Pese a que ostenta dos pequeñas perforaciones que posiblemente funcionaron para suspenderla, no tiene la apertura de los ojos y de la boca, por lo que seguramente no la llevó un persona viva colocada sobre el rostro y es necesario considerar la posibilidad de que fuera utilizada en el contexto de otras prácticas que formaban parte de ceremonias y rituales que se llevaban a cabo en el México prehispánico y en las que la máscara/retrato funcionaría para dar existencia a un ancestro, una deidad o algún personaje mítico, ya sea que hubiera formado parte de prácticas funerarias, le concedió un rostro a un fardo mortuorio, o fuera utilizada para conformar una deidad, en ambos casos se establece que no estamos ante una máscara en el sentido estricto de la palabra.
También nos revela que el uso de la máscara/rostro en Mesoamérica es muy antiguo y extendido, su clasificación se ha llevado a cabo de distintas maneras para analizar y sistematizar su distribución en la región, y lo que sobresale es que muy pocos ejemplos poseen un contexto arqueológico determinado y concreto. Ciertamente, existen los códices y monumentos en donde se representan máscaras, como entre los mixtecos y los mayas.
En Tlatilco, un sitio en el Preclásico del centro de México, las máscaras, generalmente fabricadas de barro modelado, provienen de un contexto funerario, se han localizado figurillas que llevan máscaras sobre el rostro, a la vez que entre los olmecas de la Costa del Golfo y los de Morelos como en Chalcatzingo, también se registran ejemplos fabricados en material pétreo de tonalidad verde. Más tarde en la época del Clásico en Teotihuacán, las máscaras/rostro, provistas de ojos hechos a partir de incrustaciones de obsidiana y madreperla, también están fabricadas con diferentes tipos de piedra verde, así como de basalto y andesita. Su propósito no se ha confirmado aunque se estima que se usaban para proveer al difunto con la imagen de su rostro perdido, otra posibilidad es que se utilizaran para la construcción de un objeto ritual, con materiales perecederos para constituir la imagen de una deidad, como vemos en la pintura de los muros de Tetitla, Teotihuacán, donde se representan las llamadas dadivosas o Diosas de Jade.
La máscara que tenemos ante nosotros no reúne los rasgos que caracterizan los ejemplos olmecas ni los teotihuacanos, más bien presenta la forma esquemática y la estilización de las máscaras/rostros de algunos de los ejemplos provenientes de la región de Guerrero, donde a partir del Preclásico se desarrollaron varios estilos locales reconocibles a partir de los cortes y los planos simétricos de las piezas y de la técnica de su factura y a los cuales se les denomina estilo Mezcala. Miguel Covarrubias, a mediados del siglo XX, elaboró la primera tipología de las máscaras Mezcala al realizar una clasificación de los objetos que había reunido y en cierto grado es a la que aún hacemos referencia hoy en día, aunque resulta demasiado general para algunos estudiosos.
Desafortunadamente la mayoría de las máscaras que registró Covarrubias y que ahora resguardan museos y colecciones particulares no tienen una procedencia exacta, y se desconoce su uso preciso entre los pueblos que los fabricaron. No obstante, sí conocemos los usos que los nahuas les daban en vísperas de la Conquista, como relatan Carlos Javier González y Bertina Olmedo Vera en su estudio de las Esculturas Mezcala en el Templo Mayor (1990). Con la finalidad de una recuperación del pasado, pero no sin antes adecuarlas a sus necesidades rituales, algunas de las máscaras/rostro recibieron aplicaciones de color negro o rojo en las mejillas y en distintos puntos de la cara, mientras que otras fueron pintadas en su interior con representaciones que refieren al culto que tenían al dios del Agua; antes de ser depositadas para formar parte de las ofrendas del Templo Mayor.
Emilie Carreón Blaine
Una de las características llamativas de la tradición artística mesoamericana es la manufactura de máscaras funerarias. Las máscaras más antiguas se hicieron en el Preclásico medio, hasta donde tenemos noticia, seguían utilizándose en tiempos de la conquista española. Los artesanos mesoamericanos contaban con la tecnología y los materiales necesarios para fabricar máscaras de papel y madera, es seguro que tales máscaras se emplearon para danzas, representaciones teatrales, fiestas religiosas e incluso para la guerra. Las máscaras funerarias se hicieron en barro y más frecuentemente, en piedra.
Los señoríos de la tradición Mezcala se encuentran entre los que destinaron más recursos al ajuar funerario. De hecho, los artefactos de piedra que forman la tradición Mezcala son en su casi totalidad funerarios, aunque algunos de ellos pueden haberse usado también en vida. Además del repertorio de acompañantes (antropomorfos y zoomorfos) , algunas joyas y prendas de estatus, los artistas del Balsas medio elaboraron máscaras funerarias. Podemos suponer que no se hizo una máscara funeraria a todos los difuntos, sino sólo a aquellos de alto estatus. Del mismo modo que la abundancia de figuras acompañantes y joyas o la presencia de cetros serían indicadores de mayor estatus.
Las máscaras Mezcala muestran algunos rasgos similares a los que advertimos en las pequeñas figuras de piedra de esta tradición: en términos generales, un tratamiento más esquemático que naturalista y una abstracción considerable que define las figuras con pocas líneas.
Tanto esta pieza como la máscara marcada con el número de registro 913, muestran esa economía de rasgos: unas pocas líneas para cejas y nariz, una hendidura para la boca.
Pablo Escalante Gonzalbo