La deformación craneana es concebida como una práctica cultural muy empleada en la época prehispánica en varias zonas de Mesoamérica, misma que de manera general consistía en la compresión de la cabeza en los niños recién nacidos (aprovechando la plasticidad de esta estructura ósea y porque los huesos están en proceso de crecimiento), mediante la utilización generalmente de dos planos compresores, uno interior y otro posterior, sostenido de manera sencilla o complicada, ya sea con el vendado de la cabeza a través de bandas muy ajustadas o utilizando gorros o cofias, obteniendo para el primer caso, formas con expansión lateral notable, y en el segundo, formas redondeadas con expansión superior (Romano, 1974; Bautista, 2005). De igual manera, se cuenta con el registro del empleo de cunas con las que se lograba una deformación tabular erecta, mientras que con los instrumentos exclusivamente cefálicos se obtenía la tabular oblicua (Ortega, 2009).
Entre los propósitos por los cuales era practicada la deformación craneana se encuentran el de ser un rasgo estético, un marcador de posición o jerarquía social y un indicador de pertenencia a determinado grupo social (Boada, 1995; Bautista, 2005).
A partir de las fuentes documentales, se tiene conocimiento que tanto las madres como las parteras eran quienes realizaban esta práctica cefálica tanto en niñas como niños (Bautista, 2005).
Por sus rasgos faciales, la figurilla aquí mostrada parece que evoca una risa, sin embargo, sus gestos son más rígidos en comparación a los que muestran las conocidas “caritas sonrientes”. Es un rostro pequeño, se caracteriza por presentar la típica deformación craneana mesoamericana, además de que tiene mutilación dental.
En los extremos superiores presenta una perforación (situada en cada lado) cuya utilidad pudo haber sido para que la figurilla se colgara. Es hueca y llama la atención que no presenta algún tipo de tocado.