En Mesoamérica había algunas materias primas que poseían un valor intrínseco mayor que otras. Una de ellas eran las piedras verdes de distintos tipos, en particular la que conocemos como jadeíta. Esta piedra tiene entre otros, un tono verde esmeralda que era particularmente apreciado por los habitantes de Mesoamérica, desde el tiempo de los olmecas, en el periodo Preclásico hasta la llegada de los españoles. Había otros minerales que se han incluido dentro de la ambigua clasificación de “piedras verdes” como la serpentina o la turquesa, además de la mencionada jadeíta.
Actualmente, la mayoría de las ocasiones se han clasificado objetos de uno u otro mineral bajo la categoría de “piedra verde” a falta de un análisis mineralógico que permita identificar con precisión el tipo de material del que se trata. Sin embargo, aunque pudiéramos pensar que los pueblos indígenas no realizaban ninguna distinción entre los distintos minerales de los que estamos hablando, es interesante que Fray Bernardino de Sahagún, el cronista español, registró en su obra la Historia General de las cosas de la Nueva España, los distintos términos en náhuatl para distinguir dichas piedras preciosas. Entre estos, el chalchihuitl se refería a los objetos de jadeíta en general; el quetzaliztli era el jade verde esmeralda, el más apreciado probablemente; o también el iztacchalchihuitl, que según Emiliano Melgar sería un travertino blanco con vetas verdes o azuladas.
En el caso de las piezas que aquí se describen, la que tiene el número de catálogo 1581 es de un material, que, a falta de un análisis químico preciso, pareciera ser jadeíta. Se trata de la parte frontal de una orejera discoidal plana que fue retrabajada para convertirse en un medallón o pectoral que seguramente alguien con un importante rol en la sociedad indígena habría portado. Tiene la forma de un chalchihuitl, es decir, de dos círculos concéntricos, con un orificio circular al centro. En particular, además del ya importante significado que porta este símbolo por sí mismo, presenta cuatro formas rectangulares salientes del perímetro del círculo mayor, haciendo alusión a los cuatro rumbos cardinales que componen el espacio dentro de la cosmovisión indígena. Se le hicieron tres perforaciones de no más de 1 o 3 mm para ser colgada en el cuello de una persona. Cabe añadir que presenta restos de cinabrio, por lo que pudo haber sido localizada en un contexto funerario.
La pieza con el número 1582 es de un material verde claro con vetas de un color verde esmeralda. Probablemente se trate también de jadeíta, tal vez de una calidad menor que la otra pieza, pero de gran valor indudablemente. También es posible que la pieza original fuera una orejera discoidal que fue reutilizada para elaborar este medallón. Se le hicieron tres orificios para colgarlo, aunque el que se encuentra más cerca del borde se fracturó debido a una mala planeación en su ejecución. También presenta restos de pigmento rojo que podría ser cinabrio, lo cual indica su procedencia de un contexto funerario. Este medallón presenta esgrafiados cuatro xonecuilli, es decir, el glifo usado para denotar una constelación estelar entre los antiguos nahuas, aunque este símbolo ya se usaba desde la época olmeca. Se utilizó un instrumento afilado, un punzón, para hacer las líneas por medio del desgaste. Sin duda alguna, estamos antes dos adornos que debieron haber sido muy apreciados por sus portadores, pues tanto su simbología intrínseca como el material con el que se hicieron nos comunican los valores sagrados más importantes en el mundo indígena.
Sobre su procedencia y temporalidad es difícil asignar con precisión un dato concreto, a menos que contemos con más datos de dónde fueron localizadas. Lo que es seguro, es que, si se trata de material extraído de vetas de jadeíta, significa que la materia prima fue trasladada del valle del río Motagua, en Guatemala, hacia alguna zona lejana ya sea el sureste de Mesoamérica o el Altiplano central, donde estas piezas pudieron haber sido trabajadas.