La plástica mexica es deudora de diferentes tradiciones, las cuales le aportaron distintos elementos. Las técnicas, los materiales e incluso los discursos iconográficos se habían creado varios siglos antes del apogeo de este pueblo, aunque fueron ellos quienes le dieron un aire particular, apropiándose de estos elementos, reconfigurándolos y dándoles un matiz propio.
Quizá, entre las distintas culturas que aportaron más a la plástica mexica se encuentra la tolteca. En Tula ya podemos ver un claro predominio de una iconografía basada en la guerra y el sacrificio. Las formas comenzaron a tener una fuerte abstracción y las figuras se plasman rígidas, con poco movimiento, aunque en ellas aún queda un resabio de ornamentación y una línea curva que denota la influencia de las anteriores culturas.
Estas similitudes hicieron que los mexicas replicaran varios elementos de Tula. Vemos en ambas ciudades banquetas con procesiones de guerreros, jaguares y águilas comiendo corazones y pequeños atlantes que sostenían pesadas piedras, entre otros elementos. Pero a pesar de estas semejanzas, existen pequeños detalles que nos permiten distinguir ambas tradiciones. Por ejemplo, en las imágenes toltecas la línea de las figuras es más compleja, predominando la línea curva, que, con el paso del tiempo va a dar pie a una representación más lineal y rígida, típica de la plástica mexica. Asimismo, aunque se copien estas formas, las figuras van a ser plasmadas en materiales propios de la región. De esta forma, la mayoría de la escultura mexica se hará en la piedra basáltica que abunda en la Cuenca de México; en cambio, la escultura tolteca va a desarrollarse tanto en piedra basáltica como en las distintas tobas que abundan en la región.
En el caso de la pieza 236 podemos advertir que no está terminada, ya que se abandonó antes de concluirse. La figura se desarrolla en un prisma rectangular, lo cual nos lleva a pensar que la forma final iba a tener un hieratismo típico del Posclásico. También podemos observar que lo único que se comenzó a labrar fue el rostro, el cual se desarrolla en el tercio superior de la pieza. En ella se labró un cabello simulando un casco, forma típica del Posclásico. El rostro, aunque es compuesto por formas rectas en la parte superior y a los lados, en la parte inferior presenta una curva pronunciada, que le da un toque de naturalismo a la representación. Los ojos se simulan con una línea curva en la zona superior y otra línea curva en la parte inferior, generando una forma almendrada. Asimismo, la nariz es poco prominente, marcándose con un pequeño desgaste las aletas nasales, y, disminuyendo ligeramente la zona de las mejillas, se logra resaltar una boca ovalada, la cual posee una línea horizontal incisa en el centro.
El cabello se proyecta un poco más abajo de la cabeza, lo cual da la posibilidad de marcar ligeramente lo hombros. Estos elementos le dan un toque particular a la pieza. Así, en medio de la rigidez y el hieratismo, la escultura posee unos pequeños toques de naturalismo e individualidad. Esto, aunado a que está realizada en una toba volcánica de color rosa –comúnmente llamada cantera rosa- nos ayuda a identificar que pertenece a la plástica tolteca. Lamentablemente no se puede decir más, el trabajo quedó inconcluso. Seguramente se quería representar a un hombre de pie, pero los brazos, las extremidades inferiores y todos los elementos que ayudarían a identificarlo se quedaron en la mente del artista y nunca lograron plasmarse en la piedra. Sólo permaneció un rostro mudo, apenas trabajado, esperando para la eternidad que su forma surja de la piedra.