La cerámica típica del período Posclásico posee distintos acabados y tipologías. Una de ellas, de carácter ritual y muy llamativa, tiene imágenes muy vistosas en sus paredes, semejantes a los códices. Otro estilo, de uso más común, despliega distintos motivos geométricos de color negro sobre el barro anaranjado. Una tercera tipología usa como base un baño de barro -engobe- color rojo para cambiar la superficie de la pieza y sobre ella se aplica una decoración negra o gris grafito. Una última variante mucho más común presenta el barro sin ningún tipo de decoración y, debido a su alta frecuencia de aparición, seguramente era aquella usada por la población en su día a día.
Esta pieza es un cajete con base y fondo convexos; tiene las paredes curvas convergentes y un borde redondeado. Se le aplicó un engobe de barro natural desde la base hasta la mitad inferior del cuerpo; en la parte superior de las paredes se colocó una banda de engobe rojo y posteriormente, se le aplicó un engobe de grafito en la zona del borde. En la parte interna también se utilizó una mezcla de engobes: primero se aplicó un engobe rojo en el cuerpo y llegando al fondo se cambió el engobe por uno de color natural.
Esta cerámica tiene como rasgo distintivo el uso del grafito en el engobe. El grafito es un mineral de carbono que posee un brillo metálico muy particular. En las sociedades prehispánicas fue muy apreciado y se aplicó como recubrimiento de las vasijas. Desde el Preclásico, los grupos olmecas utilizaron este tipo de decoración en los objetos cerámicos, aunque también está presente en el norte de México y la zona de Oaxaca.
Para hablar de una decoración con grafito en una pieza cerámica es necesario tener en cuenta las rutas comerciales y de intercambio que existían en Mesoamérica. Lo anterior debido, principalmente, a que sólo existen cuatro yacimientos importantes de este mineral en México: en la zona norte de Baja California Norte, en la zona sur de Sonora, en la región de la montaña de Guerrero y en la Mixteca de Oaxaca.
Esta distribución explica el predominio de una vajilla con decoración grafito entre las culturas prehispánicas del norte de México y de Oaxaca, aunque al encontrarse este mineral en las vajillas de los grupos culturales de otras regiones, nos indica que se estaba realizando un intenso intercambio comercial entre las distintas sociedades, lo cual facilitaba que llegaran elementos de la zona norte hasta el área maya y viceversa, siendo el centro de México, en estos casos, un lugar de paso imprescindible.
Definir el lugar de procedencia del grafito que se utilizó en esta pieza es más que complicado y para ello se necesitan estudios de materialidad. El contacto con ambas regiones (el norte de México y la zona de Guerrero y Oaxaca) en el Posclásico es un hecho; tenemos conocimiento que gran parte de la turquesa que se utilizaba en el Posclásico tardío provenía de la región sur de Estados Unidos de América y del norte de lo que ahora llamamos México, por ello, la posibilidad de que el grafito sea originario de esta zona es factible. Sin embargo, es más probable que provenga de la región de Guerrero y de Oaxaca, ya que con esta zona existió un mayor contacto que es visible en el uso de una iconografía semejante.
Asimismo, debemos recordar que varios pueblos de dicha zona tributaban a los mexicas, por lo que es más probable que el origen del grafito sean los yacimientos de Guerrero y Oaxaca. Por último, otro elemento que puede apuntar a la misma región es que esta vajilla era muy común y, por ende, era necesario utilizar grandes cantidades de grafito para su elaboración, por lo cual sería más sencillo comercializarlo y trasladarlo de regiones cercanas que del norte de México.
Sin importar hacia cuál de estas posibilidades nos inclinemos, esta pieza de la colección del Museo Amparo pone en evidencia, a través de su materialidad, recubriendo sus paredes, un pequeño dato que nos habla de un periodo dinámico, versátil, donde las materias primas y los productos se movían de una región a otra.