Las ollas globulares con asa-vertedera se cuentan entre los ejemplos mejor conocidos de las cerámicas de la costa del Golfo de México, su producción se acompaña de vasijas que hacen de estos mismos objetos verdaderos vasos plásticos que representan a seres humanos y animales de cuerpo entero. A pesar de sus aparentes semejanzas formales hay rasgos que permiten distinguir entre ellas, los temas de la ornamentación, el gusto decorativo y hasta ciertos detalles propios de la técnica alfarera establecen un origen distinto y las presentan como el resultado de tradiciones alfareras paralelas. Aunque fueron muy comunes en la Huasteca, un enorme territorio en el oriente de Mesoamérica que se extiende entre el mar de Tamaulipas y las montañas de Hidalgo, comenzaron a fabricarse desde época muy antigua en varios sitios de la "tierra caliente".
El centro de Veracruz produjo en época prehispánica ejemplos extraordinarios de alfarería. Promovidas por la falta de piedra, se elaboraron grandes piezas de barro destinadas a suplir el lugar de las esculturas. La cuenca del Papaloapan fue asiento de múltiples talleres de artesanos que dieron forma a un arte cerámico de características únicas en Mesoamérica. Aunque ciertamente comparten normas estilísticas que las vinculan en el tiempo, también es posible observar un campo fértil para la experimentación plástica, para la introducción de temas nuevos que hacen de su conjunto una de las expresiones artísticas más importantes del México antiguo.
La espléndida vasija que ahora nos ocupa es posible que fuera elaborada en algún lugar del territorio que cruza el río Papaloapan en su camino hacia el mar. Probablemente data de la primera mitad del período Clásico (ca. 300-600 d.C.) y conjuga en su factura elementos de dos grandes tradiciones alfareras. Si es cierto, tal y como suponemos, que proviene de tierras veracruzanas, esta olla provista de asa conserva de tiempos antiguos el uso de una vertedera mientras que la construcción del cuerpo, las proporciones de sus distintos elementos, más revelan la participación de un componente artesanal fuertemente relacionado con el centro de México, con el mundo teotihuacano, que tanta fuerza adquiere en esta época en playas veracruzanas.
La olla, particularmente el modelado del cuello y del borde, responden en cierta forma a modelos alfareros que no son originarios del centro de Veracruz, mientras que la decoración del cuerpo a base de acanaladuras hechas sobre el barro fresco parece remitir a la herencia inmemorial de los alfareros de la cuenca del río Papaloapan. El acabado lustroso de la pieza, el uso de un grueso engobe, la decoración pintada del borde y hasta la aplicación sobre el cuello de una decoración al negativo hecha a base de pintura negra, la colocan de lleno como parte del quehacer de los ceramistas del período Clásico.
Lamentablemente, no hay en la colección del Museo Amparo otra vasija de características similares que ayude a esclarecer el origen de tan singular pieza, no debe quedar duda de que fue obtenida en una tumba dado el espléndido grado de su conservación, pero su actual atribución a la planicie costera veracruzana es por ahora altamente provisional.