La forma de botellón con cuello largo es un tipo muy común en la cerámica de Tlatilco. También se encuentra en otras localidades en el Preclásico. Un cántaro como éste no necesitaba de asas, puesto que el cuello mismo sirve de asidero. Es muy probable que haya sido un cántaro para agua, ya fuese de uso doméstico o ceremonial. No hay indicios de exposición al fuego que pudieran hacer pensar en un su uso para cocina. Además de que el cuello largo y delgado parece sólo adecuado para un líquido muy ligero.
La fantasía de la forma es un rasgo muy característico de la alfarería del Preclásico. Ésta es una tendencia cultural que debe valorarse y explicarse al estudiar el arte y en particular la cerámica de Mesoamérica: me refiero a la libertad, experimentación e incluso fantasía, propias de las tipologías y motivos de la cerámica en la etapa olmeca. Tal práctica contrasta con la fijación de un repertorio de tipos poco variables en el período Clásico: los vasos trípodes teotihuacanos, o los vasos mayas, por ejemplo. Ambas modalidades de recipiente, siempre presentes en las ofrendas, reiterativos en su forma, sólo muestran variación en los temas y motivos con que se pinta su superficie exterior.
En el Preclásico medio y en especial en la cultura de Tlatilco la experimentación plástica parece no tener fin. Así lo muestran las figuras antropomorfas y también las vasijas. En ésta que ahora examinamos parece haberse imitado la forma de una calabaza. Los filos o crestas con los que se han dividido los gajos de la calabaza se trabajaron con la técnica del pastillaje: se añadieron tiras antes de la cocción, y dichas tiras se unieron a la forma globular de la vasija y luego se perfeccionaron con una suerte de pellizcado. En algunas de las líneas puede advertirse una ligera separación, una imperfección en el adherido de la tira, muy normal en el pastillaje.
En cuanto al color, una vez más[1] encontramos la combinación típica del Preclásico medio, común en Tlatilco y aplicada tanto a figuras antropomorfas como a vasijas. Se trata de una tonalidad roja y otra entre crema y ocre, resultado de engobes aplicados a las piezas antes de la cocción. Una mezcla aguada de barro y pigmento se le aplica a la superficie húmeda de la pieza antes de cocerse. En este y otros muchos casos los engobes se superponen. Por ejemplo, en la vasija con forma de calabaza parecería que se aplicó un engobe crema a toda la superficie, se dejó secar, y luego, en algunas áreas, se aplicó el rojo. Cómo resultado el rojo se torna más cálido y adquiere matices, en las zonas menos empapadas por el segundo engobe.
Tras la cocción la pieza fue bruñida para obtener un brillo mayor.
[1] Se trata de un recurso muy bien representado en la colección bajo custodia del Museo Amparo, y sabemos que caracteriza a las piezas del Preclásico medio que pueden observarse en el Museo Nacional de Antropología y en otras colecciones y museos.