En el México antiguo la decoración del cuerpo humano tuvo una importancia sustancial, desde luego sus significaciones son múltiples; podemos advertir afanes de embellecimiento acordes con los cánones propios de cada sociedad; cabe enfatizar el carácter histórico de los conceptos de belleza, sus cambios a lo largo del tiempo, el contraste entre lo tradicional y las modas efímeras, las variaciones asociadas a los distintos grupos y jerarquías sociales, así, los adornos pueden simbolizar identidades diferentes. Su forma, cantidad, materialidad y ubicación en el cuerpo constituyen un cúmulo de cualidades y valores.
En los retratos de los individuos ornamentados apreciamos, a la vez, imágenes elocuentes de la misma sociedad a la que pertenecen: son construcciones culturales que se consideró necesario materializar en una expresión artística. La escultura que vemos es un testimonio de lo anterior, la decoración del cuerpo humano es sobresaliente. Cabe decir que a partir de ella no es oportuno conjeturar que tenían por costumbre la desnudez las mujeres que vivieron durante el período Clásico mesoamericano en la extensa zona de la cuenca de Cuitzeo. Los hallazgos de estas obras en contextos originales son contados, pero entre sus funciones conviene destacar las de tipo funerario; ignoramos sus propósitos como compañía de los muertos, pero un sucinto análisis formal nos permite señalar un interesante repertorio de adornos, tanto de tipo temporal como permanente.
Se observan el peinado con partido a la mitad -el cabello luce corto-, la joyería que consta de orejeras, collar y brazaletes. Las orejeras tienen forma de anillo o “aro de servilleta”, son muy grandes, no sólo en diámetro, también en espesor, para notarlo es necesario ver la pieza de perfil o de tres cuartos; probablemente representan objetos de concha. El collar y los brazaletes tienen el mismo diseño, aparentan cuentas alargadas, unidas en arreglos horizontales y verticales; el aro que pende pudiera remitir al mismo material que las orejeras. El uso de estas últimas en una persona involucraría la horadación permanente del lóbulo de las orejas para insertarlas, tal vez a lo largo de varias etapas progresivas.
Otra modificación definitiva del cuerpo son las protuberancias redondeadas en los senos, dispuestas en dos hileras, las cuales pueden interpretarse como escarificaciones. En lo básico son cicatrices, para producirlas se hacen incisiones o heridas en la piel siguiendo un diseño previo, en algunos casos se introducen sustancias para aumentar el volumen, llama la atención que estén en los senos ya que de por sí el proceso es sumamente doloroso, porque lo común en este tipo de figuras y en otras de diferentes culturas del Occidente mesoamericano, es que esas formas relevadas aparezcan en las zonas de los hombros. Al parecer, fue tanta su importancia para la identidad de esta mujer, que el enorme tamaño de los senos aportó la superficie necesaria para resaltarlas en la composición. Es factible considerarlas como atributo de belleza, de pertenencia a una élite y de un ritual de transición ligado con lo femenino.
De otra parte, esta obra tiene un aspecto singular: puede sostenerse de pie, usualmente las pequeñas esculturas de la zona, incluso desde el período Preclásico, aparentan esta posición, pero es imposible que por sí solas se dispongan paradas. Por este rasgo y el del arco elevado de los pies la pieza remite a algunas de las modalidades estilísticas de la escultura cerámica de la cultura de las tumbas de tiro, asentada de modo contemporáneo en Nayarit, Jalisco y Colima.