Esta peculiar y bella escultura corresponde al apogeo de la cultura que se desarrolló en el valle de Acámbaro, situado en el sureste de Guanajuato. Su denominación es la de la localidad de Chupícuaro, en el municipio de Jerécuaro, cuyo asentamiento original fue inundado por la presa Solís en 1949; previamente, Daniel Rubín de la Borbolla, Elsa Estrada Balmori y Muriel Noé Porter realizaron labores de rescate arqueológico, que arrojaron nociones de los contextos originales funerarios subterráneos y a nivel de superficie de una notable producción cerámica que ya por entonces se hallaba en vastas cantidades en colecciones nacionales y extranjeras.
Con el barro como materia primordial, los artistas de Chupícuaro crearon esculturas y vasijas en las que se han distinguido variantes estilísticas asociadas con determinadas fases del desarrollo de la cultura. En las imágenes escultóricas destacan dos en figuras sólidas y una en figuras huecas de mayor tamaño. La que vemos pertenece a esta última categoría, la cual comparte sus rasgos estilísticos con algunas vasijas del tipo cerámico llamado negro polícromo. La mujer fue el tema privilegiado por los escultores.
Que sea un volumen hueco permite, en términos técnicos, su elevada altura de casi medio metro. Durante la cocción un cuerpo sólido de ese tamaño hubiera estallado y para evitar ese efecto presenta varios orificios “de cocción” con pleno sentido figurativo: la boca entreabierta, el ombligo y uno más en la zona anal. El modelado y la decoración nos revelan un creativo maestro ceramista y pintor; el abultamiento abdominal sugiere embarazo, pienso que las manos colocadas sobre el abdomen son un ademán cultural que igualmente implica preñez.
De acuerdo a las convenciones del estilo, los hombros son altos y marcados, los senos muy separados, apenas relevados, la cadera y parte delantera de los muslos sutilmente pronunciados. Es factible que haya sido diseñada para colocarse recostada, pues no se sostiene parada: los pies son cortos y los volúmenes no están balanceados. La cabeza alta y rectangular exhibe una acentuada deformación tabular oblicua, pues se inclina hacia atrás; la división vertical pudiera indicar un peinado.
Además de la cabeza, sobresale un tratamiento pictórico que enfatiza la recreación artística del cuerpo humano, remite a pintura corporal y tal vez indumentaria. Las esculturas huecas Chupícuaro se caracterizan por las superficies rojas brillantes y con diseños geométricos pintados en negro y rojo sobre crema. En la que vemos, el motivo base que ornamenta el rostro y el cuerpo es un rombo escalonado. En la zona pélvica quizás se plasmó un pantaloncillo corto, esta prenda igualmente aparece en figuras femeninas de otras culturas del Occidente, no obstante, con frecuencia se marcaron los genitales como si estuvieran expuestos, en la pieza que atendemos hay un hundimiento lineal.
El rostro evoca el uso de máscara, de hecho, bajo el acusado corte rectangular de la boca puede verse una abertura ovalada. Aunque el mayor interés visual se halla en el frente de la imagen, de lado notamos la forma alargada y oblicua de la cabeza, el perfil aguileño, el remetimiento de la barbilla -que recuerda al de las pequeñas esculturas sólidas del estilo H4 u “ojos rasgados”-, los abultamientos de las nalgas y en la parte posterior de la cabeza una misteriosa forma trapezoidal pintada de gris. Además de embellecer el cuerpo, podemos inferir que la decoración tuvo valores simbólicos, que hoy no alcanzamos a comprender.