En Mesoamérica los punzones fueron usados en rituales de sacrificio o autosacrificio; en el caso de los humanos, algunas de las partes blandas que se perforaban son las orejas, la lengua, el pene, los dedos y las pantorrillas. La sangre producida podía recogerse en fibras de papel o tela, que luego se quemaban para que, de una forma etérea, es decir, como incienso o humo, llegaran a los dioses. Consistían en actos para ofrendar y reverenciar lo divino, para agradecer los favores recibidos, expiar culpas y en ocasiones, para participar en la conservación del orden cósmico. A menudo se hallan implícitos en rituales de transición, se practicaban de manera colectiva en determinadas fiestas y fechas. Los gobernantes, sacerdotes y guerreros estaban obligados a realizar autosacrificios de punción, el uso de orejeras o bezotes los aluden de modo indirecto.
Los punzones se hicieron de materiales diversos, como piedras duras, espinas vegetales o animales, garras, dientes de animal y huesos largos, como en esta obra. Si en especial se trata de restos óseos de procedencia humana, las ideas de la muerte y de reliquia de los antepasados pueden estar implícitas. El instrumento que atendemos muestra un hombre con un tocado con grecas dobles convergentes que alternan su disposición hacia arriba o abajo; el tocado continúa en la parte posterior, al igual que los mechones de cabello que aparentan un trenzado. Por detrás el individuo se ve sentado, de este modo, por el frente, los pies se entrecruzan; las manos descansan sobre el abdomen; es posible que vista un máxtlatl.
La finura del tallado es sorprendente: la zona de las cejas resalta en un sutil relieve, y asimismo los párpados, globos oculares, nariz y labios. El detallado trabajo en la figura que ornamenta la pieza resalta sus funciones simbólicas y su factible asociación con miembros de una élite. Es probable que el desgaste en la punta indique su efectivo uso práctico.