En diversas culturas y épocas de Mesoamérica existió una tradición de hacer objetos de diversos materiales en miniatura. Se han encontrado vasijas en miniatura desde los lejanos tiempos del Formativo mesoamericano, alrededor del año 1200 a.C., en sitios como Tlatilco y Tlapacoya en la cuenca de México. Son muy comunes en el Occidente de México, en Capacha; y se han encontrado también en las primeras épocas de Monte Albán. Durante el período Clásico (200-650 d.C.) se han encontrado en Teotihuacán con cierta abundancia y también en la costa del Golfo, el parecido entre las miniaturas de la gran urbe y esta región costera afianza la información sobre los estrechos vínculos que tenía la gran Teotihuacán con esta región.
Las vasijas miniaturas son comúnmente encontradas como ofrendas en entierros y se ha pensado que tienen una función ritual en ceremoniales religiosos asociadas al culto funerario. Estas miniaturas son copias a escala de vasijas más grandes que tuvieron funciones utilitarias. Estas miniaturas sobreviven en buen estado de conservación, porque se han encontrado en esos contextos, lo que indica que estas vasijitas estaban asociadas a ritos funerarios.
Algunos estudios han destacado la función ritual de estas formas pequeñitas; otros han interpretado que las miniaturas están asociadas a las actividades del difunto, al que se le rinde la ofrenda, y otras interpretaciones se inclinan por adjudicar un papel más lúdico.
En la región del Occidente de Mesoamérica son abundantes las maquetas y algunas representaciones de figuras, vasijas y algunos otros objetos en miniatura. Se piensa que las maquetas y estos objetos fueron usados en algún ritual, pero se ha investigado poco sobre su papel lúdico o didáctico.
El tipo de barro, el acabado y decorado de la pequeña vasijita que se muestra, recuerda al tipo de vasijas utilitarias de barro negro bruñido, con cuerpo globular y acanaladuras diagonales, muy comunes en la región de Occidente, en Colima y zonas aledañas. Esta vasija es una reproducción a escala de estas conocidas vasijas, con la peculiaridad de poseer tapadera, mientras que en los ejemplares grandes esto no es muy común.
El cuerpo de la vasija, de unos 3 cm de tamaño, resultó un reto para el ceramista que la elaboró, por el tamaño regular de las acanaladuras y el fino acabado brillante que le dio el bruñido. Seguramente estuvo asistido por algún instrumento que le permitiera modelarlas. La tapa lleva un trenzado en crudo y muestra un pequeño deterioro en la orilla.