El oriente de Mesoamérica, cuya uniformidad en manifestaciones culturales le viene de una probada unidad étnica y lingüística, se extiende entre el mar de Tamaulipas y las montañas de Hidalgo y Querétaro. Atravesada por importantes ríos, la Huasteca vio el surgimiento de múltiples asentamientos prehispánicos que modelaron, tanto en tierra caliente como en las sinuosidades de la montaña, una producción de vasijas hechas con una arcilla rica en caolín y hermosamente decoradas con efigies y motivos geométricos pintados en color negro. Aunque pueden tenerse hoy en día por objetos prácticamente iguales, en realidad exhiben diferencias notables que pueden revelar sus distintas regiones de elaboración.
Las convenciones plásticas que rigen sobre todas ellas ciertamente son muy similares pero la ejecución individual se ajusta a “filtros” mucho más finos que inclusive pueden advertir sobre las características individuales de los distintos talleres de alfareros. No eran objetos de consumo diario, todo indica que se utilizaban en ocasiones muy señaladas. De cualquier manera, variables como fueron la densidad poblacional o las distintas magnitudes del territorio probablemente determinaron la cantidad de los productos que se preparaban en los distintos talleres artesanales.
Paralelamente a la gestión de estos talleres se llevaban a cabo actividades comerciales que ponían al alcance de los pueblos de la llanura costera del Golfo de México toda una serie de vasijas que venían de lugares relativamente apartados entre sí. Esta condición no quita, por otra parte, que estas inigualables vasijas hayan llegado hasta nosotros a partir de excavaciones clandestinas y que hoy ignoremos si fueron encontradas formando parte de las mismas ofrendas funerarias.
Queda claro que la mayor parte viene de la cuenca del Pánuco, muy cerca de la ciudad de Tampico. Pero hay un conjunto de ellas que podría ser originario de la cuenca del Tamesí, específicamente del oriente de San Luis Potosí, aunque lamentablemente también desconocemos los detalles de su hallazgo. Es cierto que hay entre ellas diferencias estilísticas atendibles que sugieren procedencias distintas pero en algunos casos pueden reconocerse semejanzas formales que proponen correspondencias cronológicas y hasta que tuvieron en la antigüedad el mismo destino ritual.
La olla que nos ocupa lleva una tapadera modelada con la efigie de un personaje, es la única que conserva de esta clase de cubierta, y es indudable su uso funerario. La manera de representar el rostro es característica de las piezas elaboradas en la proximidad Ciudad Valles y no sería de extrañarse que pudiera guardar relaciones concretas con otras vasijas que se exhiben en estas mismas salas. Sin embargo, el tema de sus coincidencias formales en lo que hace a los motivos pintados, el uso de la bicromía y la particular solución del rostro tendrá que esperar hasta que se amplíen las investigaciones sobre la colección prehispánica del Museo Amparo.