Cultura | Maya |
Región | Maya |
Período | Clásico tardío |
Año | 600-909 d.C. |
Técnica | Barro modelado con decoración pintada |
Medidas | 28 x 23 x 15 cm |
Ubicación | Salas de Arte Contemporáneo. Piezas Prehispánicas |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 1469 |
Investigador |
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El Clásico terminal en las tierras bajas del área maya se encuentra en todos sentidos mucho más próximo a procesos de transformación que a un momento de real integración cultural. El resultado siempre es el mismo y permanece indiscutiblemente ligado a un momento de la civilización que ha llegado a su fin. Amplios sectores de las tierras bajas entraron en contacto con las expresiones culturales del litoral del Golfo de México y no por ello debemos suponer que del mar también estuvieran llegando grupos de filiación “no maya” a quienes debemos de atribuir los cambios radicales que se experimentaban entonces.
Es cierto que hay evidencia concreta de una escalada militar particularmente marcada en la cuenca del río la Pasión pero en realidad esto es algo que más se asocia con el vacío de poder y las guerras intestinas que se generan tras la caída de Dos Pilas, en las selvas de Guatemala, que con la llegada de grupos beligerantes procedentes de la costa del Golfo.
Thompson atribuyó a los putunes semejante trastorno cultural. Si bien se trata de una explicación que ha ido perdiendo fuerza entre los especialistas, hay que reconocer que tampoco ha sido substituida por otra de mejores méritos. El asunto es que por más que ahora se le considere rebasada, siguen presentes en la discusión académica los mismos elementos que lo llevaron hace más de tres décadas a mirar la franja costera, Laguna de Términos, como el lugar de origen de toda esta diversidad cultural.
No es que debamos volver a esta noción, a la idea de una dominación chontal del sur de México, pero Thompson tenía razón cuando pensaba que el litoral del Golfo algo tenía que ver con este cambio en la dirección de la civilización. El mar y los territorios costeros encaminaban entonces un modelo cultural del que varias ciudades del área maya terminarían por hacerse cargo.
De cualquier forma, los últimos años del siglo VIII y los primeros del siglo IX de nuestra era, fueron de franca transición. Es un hecho que cambiarán muchas cosas, pero desde antes se manifiesta toda una serie de transformaciones graduales en las cerámicas de las tierras bajas que ciertamente tienen que ver con un replanteamiento de las rutas comerciales. Aquella parte del territorio donde se unen los estados mexicanos de Chiapas y Tabasco con el Petén es, en términos de producciones alfareras, no sólo rico y diverso, sino que es el escenario de una verdadera “explosión” de manifestaciones cerámicas.
El incensario que nos ocupa, una magnífica pieza de la colección prehispánica del Museo Amparo, ilustra lo que sucedía a finales del Clásico tardío en esta vasta región de Mesoamérica. De construcción tubular, incorpora la representación de una antigua deidad maya. El rostro se convierte en el centro mismo del discurso icónico, el lugar donde se reconoce la identidad divina del personaje que lo ocupa. Fabricado con la utilización de un molde, contrasta con el modelado más bien tosco del cuerpo. La forma de los ojos recuerda a los braseros de la región del Usumacinta, a los dioses de la “tríada palencana”, pero el barro es mucho más cercano en aspecto a las figurillas cerámicas de la zona de Jonuta. Es una espléndida pieza que responde a nivel ideológico a los conceptos típicos del Clásico tardío pero que se haya en franca transición hacia el Clásico terminal, la época en la que se irán extinguiendo las principales ciudades de las selvas del sur del área maya.