Este incensario consta de dos partes separables con forma de animales; lo que se identifica como una metáfora de dos de los niveles del cosmos. El recipiente base en el que se colocaría alguna resina, como copal, para ser quemado y producir una especie de humo aromático, tiene la apariencia de una lagartija cornuda.
Se trata de un iguánido de tamaño pequeño conocido también como falso camaleón o sapo cornudo; su cuerpo ovalado, aplanado y de cola corta está cubierto por escamas espinosas, la cabeza es triangular y algunas especies presentan cuernos; en la figura las protuberancias cónicas remiten con claridad a dichas escamas y cuernos. Según lo he advertido, en el Occidente mesoamericano este reptil simboliza el monstruo de la tierra, la entidad sagrada cuya piel rugosa y dura replica la superficie seca de la tierra, con sus colinas y valles.
En esta obra, la tapa del recipiente continúa la configuración descrita, de modo que el cuerpo de la lagartija crece hacia arriba y parece formar un cerro; asimismo remite al tronco de un pochote o ceiba, una especie vegetal que igualmente simboliza la corteza terrestre y en ciertas imágenes ostenta el papel de un axis mundi que comunica los estratos del cosmos. De tal modo, el ave con las alas desplegadas y las plumas marcadas que corona la composición parece posarse sobre una montaña o un árbol, por ser un ave y ocupar el nivel superior alude al nivel celeste de la estructura vertical del universo.
La obra es hueca y el incienso saldría por la boca de los dos animales referidos. No está de más recordar la enorme importancia de los incensarios en las ceremonias efectuadas por los mesoamericanos; en infinidad de ocasiones se prendía copal con fines religiosos, pues la sustancia volátil que se generaba constituía un medio de comunicación con los dioses, atraía su atención, era una ofrenda y a la vez una manera de hacerles llegar peticiones.