No conocemos la historia exacta de los primeros sellos ya que no podemos saber cuándo y dónde se realizaron inicialmente. Aunque es posible determinar que los usaron muchos hombres y mujeres en varios pueblos del México antiguo y que por su riqueza significativa forman parte fundamental del canon mayor de la vida mesoamericana.
Los sellos eran un objeto ceremonial importante y los arqueólogos los han encontrado en excavaciones controladas en sitios que se desarrollaron tempranamente como Tlatilco, en el centro de México, La Venta en el estado de Tabasco, así como en las dos grandes urbes: Teotihuacán, en el estado de México, y Monte Albán, Oaxaca, que dominaron la región mesoamericana en el período Clásico; igualmente en varios sitios de la región del Golfo de México así como en la región maya. De igual modo, durante el Posclásico y el transcurso del siglo XVI, los nahuas y otros pueblos de muchas regiones de México empleaban sellos. Objeto que abarcó una gran extensión geográfica y que formó parte del sistema de intercambio que existió a lo largo de la región mesoamericana en un período amplio.
La mayoría de los sellos que conocemos fueron modelados en barro, y debido a que se han encontrado pocos ejemplos manufacturados en hueso se piensa que tempranamente también se realizaban sellos de otros materiales, muchos de ellos perecederos, y así pudieron existir sellos hechos de madera, material que se desintegra con el tiempo. De tal modo, la mayoría de los sellos que se han localizado fueron fabricados en arcilla, material dúctil y maleable que surge de la descomposición de rocas que contienen feldespato a través de un proceso natural que dura miles de años. La arcilla, localizada en los yacimientos descubiertos por los alfareros, se caracteriza por obtener plasticidad cuando se mezcla con agua y es compuesta con otros materiales como arenas o material orgánico, llamado desengrasante para darle mayor fuerza y cohesión al trabajarla y modelarla. Al secarse la arcilla se torna firme y cuando se somete a altas temperaturas en un horno diseñado específicamente para cocerla se convierte en un material permanentemente rígido. Evidentemente la temperatura de la cocción es relevante e influye en la dureza de la pieza.
Es importante señalar que los primeros sellos, es decir los más tempranos, eran modelados a mano y que los diseños se logran al quitar con un instrumento punzocortante toda la arcilla que está alrededor de la forma deseada, y al forjar profundas incisiones. A su vez, es relevante subrayar que más adelante, en el período Clásico inició la fabricación de sellos que estaban hechos con molde, posiblemente en la urbe teotihuacana, debido a la gran demanda de este objeto y ante la posibilidad de producirlos en serie y en gran número.
En este caso, la arcilla mezclada con una elección de desengrasantes era vertida y presionada en el interior de los moldes, mismos que también estaban hechos de barro cocido. Una vez que secaba la pieza y se volvía rígida se extraía del interior del molde y la cocción se llevaba a cabo en hornos de leña. Esto nos habla de una importante fuerza de trabajo y de la organización necesaria para la producción de estos pequeños objetos. Posiblemente se fabricaban en talleres especializados dedicados a la alfarería, donde se elaboraba también este objeto cerámico de uso cotidiano y ceremonial.
Los sellos pueden tomar muchas formas. Los hay de forma cuadrada, rectangular y circular, y pueden ser planos, convexos y cóncavos. En cierta medida depende de la superficie a la cual se aplica el sello. Su forma depende así de su función; si la superficie es plana, como una hoja de papel (amate, por ejemplo), o una pieza de textil, se usaría un sello plano o cilíndrico; en cambio, para imprimir o sellar una superficie curva y cóncava como puede ser una vasija o una parte del cuerpo humano, se requiere de un sello cóncavo para lograr plasmar el diseño en fino bajo relieve sobre la superficie, o quizá un sello convexo, también llamado de mecedora.
Cabe señalar que los sellos tienen por lo general un mango o pequeña agarradera que puede adoptar diferentes formas. El pequeño mango, que sirve para sujetar el sello cuando se aplica el diseño sobre una superficie puede ser plano, cónico, alargado, en forma de asa o de bulbo, en tanto que los sellos cilíndricos son muy distintos. Cabe agregar que muchas veces los sellos cumplen la función de sonaja. Al interior del mango se encuentra una esferita miniatura de barro.
De las excavaciones que se han llevado a cabo en Teotihuacán se entiende que los diferentes tipos de sellos son de la misma época. Se localizaron 46 sellos planos, unos rectangulares pero la mayoría de forma circular con diferentes motivos incisos y mango cónico. En cuanto a los dos sellos de cilindro, y los fragmentos de otros que también se localizaron en los palacios de la urbe, son sólidos y están modelados con profundas incisiones que forman intrincados diseños (Sigvald Linné, Archaeological Researches at Teotihuacan, México, University of Alabama Press, 2003, p. 125-126).
Jorge Enciso registra que los sellos a menudo se empleaban para pintar papel y textiles, y agrega que también se usaban los sellos para realizar aplicaciones sobre diferentes partes del cuerpo humano. El sello, impregnado de algún pigmento: tierras coloreadas, carbón de madera, tiza o muchos otros pigmentos en composición con algún aglutinante para fijar el color, se posicionaba sobre la parte del cuerpo que recibía la aplicación y se presionaba sobre la piel, y cuando el sello se levantaba, surgía el diseño en positivo.
Sabemos esto pues en las crónicas escritas y otros documentos realizados al momento del contacto entre europeos y los habitantes de estas tierras, se menciona que las mujeres tenían marcas distintivas de diversos colores impresas con sellos sobre los brazos, a manera de tatuajes no permanentes. En el Códice Chalchihuitzin Vázquez de la región de Zumpango, en el estado de Tlaxcala, hay una representación que cita Jorge Enciso en su obra y en el cual está una mujer con los brazos y las manos cubiertas con elaborados diseños. Esto nos muestra que la pintura corporal, como forma de expresión, era un elemento de transformación; los diseños y los colores definían una posición o pertenencia. Cada motivo y diseño marcaba la persona y la calificaba situándola en su justa dimensión en el interior de la comunidad.
Los ejemplos en los que se muestra el uso de sellos para pintar el cuerpo son pocos aunque el dato arqueológico arroja información en el mismo sentido. En una la zona de Las Margaritas, en la tierras altas de Chiapas, en una casa de estatus elevado, los arqueólogos localizaron más de 260 sellos de cerámica utilizados para pintar el cuerpo con pigmento rojo, posiblemente era cinabrio. Carlos Álvarez Asomoza registra que son del Posclásico y que, prácticamente toda la iconografía de esos objetos se refiere a la serpiente de cascabel o nauyaca (cuatro narices): su piel, cabeza, fauces o cola, y señala que otros diseños se refieren a changos, venados, patos, aves acuáticas, o perros. A estos sellos utilizados para pintar el cuerpo también se les llama pintaderas y las marcas que aplican, a diferencia de las que resultan del tatuaje no son permanentes debido a lo cual las imágenes que plasman deben ser comprendidas como un arte efímero, es decir como un elemento fugaz y sin permanencia.
No obstante, es posible conocer la gama de diseños que los sellos dejan impresos y estampados debido a que poseemos los sellos mismos. Como demostró Jorge Enciso al extender un papel sobre un sello y frotar la superficie con un lápiz, fue posible obtener una reproducción exacta de los diseños de muchos de ellos para determinar que éstos son múltiples. Resta imaginar que alguno de los sellos que tenemos ante nosotros alguna vez acarició la piel de un hombre o mujer del México Antiguo. Pensemos que la aplicación misma del sello en el rostro u otras partes del cuerpo formaría parte de un ceremonial que sin duda implicaba la selección del color y del motivo a emplear así que los distintos sellos estaban asociados a rituales específicos llevados a cabo dentro de la comunidad para transmitir información. En otros términos, los diseños y motivos impresos de los sellos eran importantes, puesto que eran más que una mera decoración y un relevante elemento simbólico.
Entre los sellos, los hay con formas geométricas (zig-zag, triángulos, cuadrados, círculos, espirales, grecas, cruces) o con formas naturalistas a manera de flores, plantas y animales (mariposa, serpientes, águila, quetzal o lagartija) así como de seres fantásticos, de seres humanos y de partes del cuerpo humano (cabeza, cráneo o mano) en tanto que otros diseños conforman lo que Enciso define como formas artificiales, y entre los cuales incluye elementos arquitectónicos, y otras formas que identifica como trofeos y emblemas.
Evidentemente las representaciones de animales son muy comunes entre los diseños de los sellos y nos hablan de aquello que era importante en la cosmovisión mesoamericana, un ejemplo claro es el que representa a un mono, su cola enrollada y los brazos en alto, figurado como Ehécatl-Quetzalcóatl. Esta asociación entre el mono y el dios del viento radica en que en el relato nahua de los Cinco soles, los hombres del Segundo Sol llamado nahui Ehécatl, fueron transformados en monos. Significativamente, en el libro de Enciso (p. 117) encontramos un sello que presenta un motivo idéntico y que está registrado como procedente de Veracruz.
Los estudiosos han propuesto que el culto a la serpiente emplumada en Mesoamérica aparece en el Clásico en Teotihuacán. Sus numerosas representaciones en cerámica, pintura y escultura, apuntan a que la combinación de una serpiente, ser que corresponde al ámbito terrestre, con plumas de ave que corresponden a la atmósfera, es una metáfora de la unión del cielo y de la tierra que se refiere a un concepto creador como nos lo explica Hasso Von Winning, en su estudio de la Iconografía de Teotihuacan vol. I 1987, p. 125-133), y la continua presencia de la serpiente emplumada en las ciudades que dominaron la región del Altiplano central una vez finalizada la hegemonía teotihuacana nos hace patente su constante relevancia.
Las imágenes de la serpiente emplumada están en la pintura mural de Cacaxtla, en Tlaxcala, y en los relieves que cubren los templos de Xochicalco, Morelos y nos permiten registrar la continuidad de su forma. Como nos explica Walter Krickeberg en su obra Las antiguas culturas mexicanas, México, FCE, 1985, p. 136-137, en tiempos de los toltecas, la serpiente emplumada era símbolo general del cielo, y entre los pueblos nahuas de Puebla también tenía este sentido. Es en el Posclásico que la serpiente emplumada evoca los diversos aspectos del dios Ehécatl- Quetzalcóatl y se vincula a las connotaciones que le eran atribuidas en el Panteón posclásico.
Las formas y motivos que imprimían con sellos los hombres del México antiguo en una variedad de superficies eran importantes elementos en el repertorio simbólico mesoamericano, y en la actualidad las formas y diseños de muchos de ellos siguen vigentes. Han sido apropiados por artistas y artesanos como inspiración, y pese a que su significado original pocas veces ha llegado a nosotros, al incorporarlos a nuestro vocabulario de imágenes les atribuimos un nuevo sentido que pretende revalorar las formas que imaginaban y plasmaban los antiguos mexicanos.