Figura en barro de un tigre en actitud hostil. El animal parece estar rugiendo, los belfos están levantados y asoman los colmillos. La pieza fue pintada con una combinación de colores –rojo y café rojizo– que solían mezclarse al momento de pulir la superficie. La técnica se hizo muy popular en el Epiclásico (ca. 900 d.C.) pero en realidad se remonta al período Clásico. Ciertamente fue del gusto de los alfareros del centro de Veracruz, muy socorrida en los territorios afines a la cultura de El Tajín, pero no puede considerarse un rasgo distintivo del trabajo de los ceramistas avecindados en el litoral marino del Golfo de México.
Las características del barro podrían señalar un origen costero, probablemente veracruzano, pero es sumamente difícil establecerlo en definitiva. De hecho, si hemos de ser completamente honestos, bien podría venir inclusive de las tierras altas de México, pero lamentablemente es algo que nunca estaremos en posición de saber.
Los tigres fueron animales de excepcional importancia en el contexto simbólico de los antiguos gobernantes de Mesoamérica. En el área maya estos últimos sentaban en tronos que imitaban el temible aspecto de estas fieras, e inclusive vestían con sus pieles. Del lado contrario de México, en las tierras de El Tajín, llevaban puesta la cabeza de uno de estos animales a manera de yelmos. Hay murales dedicados por entero a establecer una relación de igualdad entre los personajes notables de la sociedad y los tigres. En una palabra, el gobernante era un tigre en sí mismo, recogía los atributos que distinguen a este excepcional felino, los hacía propios y además los hacía valer en el entorno social declarando sus semejanzas en relieves escultóricos y en complejos murales.
Lamentablemente, esta pequeña pieza ha quedado irremediablemente privada de la rica información que completaba su valor arqueológico. Hay que entender que los objetos del pasado por inigualable que sea su valor artístico pierden todo sentido cuando se les mutila de los datos que los acompañan en el lugar de su procedencia. Extraídas sin registro alguno, carentes de la más mínima información sobre su función en el pasado, dejan de servir como fuente documental y se convierten sólo en objetos del pasado. Si en esa condición se encuentran hoy en día, no dejan por ello de ser objetos de un enorme valor patrimonial, sólo que no alcanzan las palabras para expresar aquí el desasosiego que causa verlos impedidos de ofrecer mayores datos, de colaborar en nuestros esfuerzos por conseguir explicaciones cada vez más justas y equilibradas sobre las civilizaciones del México antiguo y el pasado de nuestro país.