Hay águilas en esta tierra, de muchas maneras, [...] hay también [...] águilas pescadoras, hay [...] unas aves que comúnmente se llaman auras, [...] hay [...] búhos, muchuelos, cuervos, cuervos marinos, halcones, azores, sacres, cernícalos, cavilanes, alcotanes y esmerejones.
(Fray Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de la Nueva España, 1975).
Las aves en Mesoamérica fueron poderosos símbolos, “…motivo de agüeros y pronósticos que estos naturales tomaban de algunas aves, animales y sabandijas para adivinar las cosas futuras”. Fray Bernardino de Sahagún, cronista franciscano y autor de la célebre Historia General de las Cosas de la Nueva España (1566), dedica el Libro V a las festividades de los dioses y a los augurios que se tenían de ellas relacionados con el vuelo de las aves. Pero la importancia de estos animales se remonta a épocas muy tempranas de la civilización. Cuando los Tlatoani de Tenochtitlan se sentaban en tronos confeccionados con “pieles” de aves y jaguares, estos grandes señores del centro de México no hacían otra cosa que repetir un ceremonial que venía de siglos atrás.
No son pocas las representaciones que existen de aves y se les halla en variados soportes, esculpidas, pintadas sobre los muros de los templos y modeladas en cerámica. Pero su vistoso plumaje también dio paso al trabajo de los amantecas, artesanos que se dedicaban a la elaboración de espléndidos atavíos y ornamentos compuestos de “plumas ricas”. Tan importante era su trabajo en tiempos de Moctezuma que el mismo Sahagún dedicó toda una sección del libro para hacerse cargo de sus características. Por otra parte, tan finas plumas eran objeto de comercio a larga distancia. El Códice Mendocino las hace llegar a manera de tributo de la Mixteca Alta (Oaxaca), de Soconusco (Chiapas) y de Veracruz contadas en varios cientos de “manojos”.
La hermosa talla en piedra dura que tenemos frente a nosotros corresponde a la figura de un ave de pico largo y encorvado. A primera vista se antoja la representación de un tucán, pero es algo que no estamos en posición de comprobar. Sin embargo, sabemos por el análisis técnico de las cuidadosas descripciones que hace Sahagún, de las variedades de “mantas y aderezos” que vestían estos señores de México que incluían en ellos sus plumas, además de las obtenidas de garzas, águilas y gavilanes, guacamayas y loros, colibríes, quetzales, etc.
Lamentablemente, nuestra escultura no ofrece elementos suficientes como para discutir su atribución a una especie concreta. El estilo artístico suele imprimir sus propias normas de representación, mismas que pueden llegar a substituir los rasgos que son propios de cada uno de estos animales en la naturaleza. Por otro lado, la pieza ha llegado hasta nosotros sin mayores registros sobre su procedencia.