Si hay algo que define por sí mismo el estatuto cultural del Epiclásico en Mesoamérica, período que corre entre los años 850 y 1000 de nuestra era, es la transformación de las instituciones políticas del Estado, mismas que terminarán dando paso a modelos de gobierno que enfatizan la figura del gobernante como el centro indiscutible de las relaciones políticas y sociales de la época.
Si bien el culto al soberano no podría expresar de mejor manera el carácter sagrado que se le confería desde la antigüedad y el extraordinario poder que se concentraba en su persona, en este momento particular de la civilización, constituía en sí mismo un síntoma inequívoco de la crisis en la que probablemente se hallaban sumidas las instituciones del Estado y de su evolución hacia formas de autoridad que a partir de ahora, se apoyarán en una nueva ideología que habrá de promover el rápido ascenso de una suerte de aristocracia guerrera ligada a una tradición cultural de extracción centro-mexicana, misma que –por otro lado– también terminará extendiéndose por buena parte del centro y sur de Mesoamérica.
La cuenca media del río Papaloapan jugó un papel importantísimo en esta época, la costa del Golfo de México se “partía” por la mitad en este preciso punto, al sur, el área maya mientras que al norte se encontraban los territorios de El Tajín y los asentamientos que compartían desde época inmemorial un sustrato cultural que ahora conocemos como culturas del Centro de Veracruz.
Yugos, hachas y palmas –un complejo de pequeñas esculturas vinculado con el ceremonial del juego de pelota y probablemente originario del universo cultural de El Tajín no sólo llegaron de manera regular a las riberas del Papaloapan en su transitar hacia el sur de México, también fueron imitadas localmente con basalto o andesita. Aquí inclusive llegaron a perder el estilo artístico que suele distinguirlas en Mesoamérica, aunque no por ello se apartaron de los temas acostumbrados. Los perros, los rostros de hombres viejos y otras figuraciones que se les asocian, permanecieron intactas sólo que ahora a cargo de un estilo artístico regional que poco o nada le debe a la escultura de El Tajín.
Esta magnífica pieza del Museo Amparo tallada en roca basáltica es un ejemplo excepcional de este proceso que se propone reformular la dimensión plástica de tan importantes objetos ceremoniales. El perro viene de lejos en la tradición simbólica de la costa del Golfo, pero en esta suerte de palma o en lo que aún queda reconocible en esta clase de objetos que trazan sus orígenes en tiempos de El Tajín, su figuración se ha adaptado a los modelos artísticos entonces vigentes en la cuenca del río Papaloapan.