Las vasijas de pasta fina, aunque acompañan siempre el desarrollo de la alfarería mesoamericana, experimentaron un período de auge en el período Epiclásico. No es que después disminuyera su elaboración, lo que sucede es que a partir del año 850 d.C. transitan por una fase de renovación tecnológica que les permite incorporar nuevos acabados que incidirán en su vistosidad. Es este momento de experimentación plástica el que las lleva a convertirse en las vasijas que se encontraban en uso cuando inicia la Conquista. Se trata de un proceso que buscaba igualar las formas y los acabados de la cerámica del México antiguo, particularmente claro en aquellas que se producían entonces a lo largo de la costa del Golfo de México.
Esto no significa que no hubiera continuidad con el pasado o que se hubiera cerrado el paso a toda posibilidad de expresión regional. Sencillamente es un momento donde es posible comprobar un mayor acercamiento de las conductas rituales de las élites y, por lo tanto, de los objetos requeridos para el culto. Pero esta condición, aun siendo típica de la segunda mitad del Epiclásico, no cancela de ningún modo su sello regional. Es el mismo modelo de civilización pero esto no significa que no pudieran desarrollarse rasgos individuales capaces de imprimirle un carácter decididamente local.
El Epiclásico es un momento de la civilización firmemente anclado en el mundo Clásico pero que exhibe rasgos inequívocos de las transformaciones culturales que experimentará Mesoamérica durante el período Posclásico. Es esta condición la que imprime a las vasijas de los siglos IX y X de nuestra era un carácter verdaderamente único que se traduce en objetos de paredes muy delgadas con innovaciones de todo tipo.
Los acabados moteados o “marmoleados” se extienden rápidamente por la llanura costera del Golfo de México con colores que van desde el anaranjado hasta el café obscuro pasando por el rojo. Cuando aparecen juntos, suele haber áreas de transición entre uno y otro, tal y como sucede con esta espléndida pieza del Museo Amparo, y es normal que coexistan en una misma vasija técnicas decorativas distintas que por lo regular incluyen la incisión o la decoración al negativo.
En este caso, es posible observar la figuración de un ave que posa de perfil y cuyos ejemplos se reparten a los lados de la vasija. Arriba, rodeando el borde, se despliega una cenefa formada por grecas escalonadas. Es interesante observar aquí el manejo del color en la superficie exterior de la vasija, la habilidad técnica que permitió contrastarlos en áreas específicas del objeto y su perfecta correspondencia con los diseños incisos. El pigmento siempre es un óxido de hierro, pero su tonalidad depende de la intensidad del calor al que se somete antes de su preparación como pintura, mientras que el acabado moteado se encuentra en directa relación con el proceso de cocción de la vasija. Así que la pieza que aquí nos ocupa hace propio un verdadero despliegue de tecnología en función de lograr una obra maestra de la alfarería prehispánica.