Se trata de un cajete semiesférico de factura excepcional destinado al consumo de las clases políticas de un antiguo sitio de la llanura costera del Golfo de México, cuya ubicación lamentablemente no es posible atinar. La forma misma de la vasija, que cuenta con tres pequeños soportes globulares, sus proporciones y acabado de superficie, la colocan de lleno junto a los tipos cerámicos del Epiclásico, especialmente entre aquellos que se encontraban en uso en los territorios costeros bajo la influencia política de El Tajín.
El objeto es verdaderamente hermoso, gris por fuera y de color crema en el interior, muy pulido y decorado con figuras de un mismo animal. El dibujo es de un oficio y fluidez admirable, representa a un mamífero de larga cola y hocico poderoso que se distingue por sus garras, más como las que son propias de un ave que las del cuadrúpedo que supone ser. El animal se halla provisto de pelo y grandes orejas pero sobre la cabeza, contrariamente a lo esperable, hay dos líneas que sugieren la presencia quizá de cuernos aunque, a decir verdad, más parecen “antenas”.
El dibujo responde a modelos de representación altamente convencionales, muy estandarizados, donde la forma del mamífero no necesariamente constituye un registro exacto de su aspecto físico, sino que se encuentra cruzada por símbolos que son precisamente los que completan su esencia, de allí la extraña forma de las patas o el par de “antenas” que le coronan la cabeza. El diseño pintado en la superficie exterior de la vasija es de gran maestría, obra de un bien dotado ceramista del Epiclásico que además debe ser autor de las grecas puestas sobre el borde del objeto. En cambio, el dibujo que ocupa el interior del pequeño cajete probablemente viene de una mano distinta, no es el mismo trazo, tampoco son iguales los patrones de representación, pero indudablemente el resultado es el mismo, la silueta de un animal en todo idéntico al anterior, salvo por la ejecución material.
La vasija fue intervenida tiempo después de su elaboración para recubrirla con una capa de mortero de cal a modo de servir de soporte a una rica representación pintada que apenas ha dejado huella. El “estucado” daba vuelta sobre el borde manteniendo visible el primitivo dibujo del interior. Donde fue intervenida, sobre el encalado, se pintaron una serie de motivos de los que sólo han sobrevivido secciones que combinan formas verdes, azules, rojas y amarillas.
La pieza debió hallarse en un rico ajuar funerario o formando parte de una ofrenda ritual de la antigüedad. Era un artefacto particularmente valioso para su época, puesto que había sido motivo de intervenciones que hacían uso de técnicas decorativas complejas y que presuponían el uso de pintura al temple. Con todo, es prácticamente imposible saber el lugar de su procedencia y aunque se trate de un cajete característico del universo cultural de El Tajín, los diseños no son del todo reconocibles en términos de la práctica decorativa de esta civilización del México antiguo.