Hombre bendito, Taqsjoyut – Hombre.
¿Quién es el Negro Viejo?
Tú eres que estás sentado,
Tú eres que haces bien parado.
A donde se calientan,
A donde se queman los hijos de Dios,
No tienes que hacer brincar ceniza caliente,
No tienes que darles vómitos,
No tienes que darle calentura a los muchachos.
(Plegaria al dios del hogar. Alain Ichon, La religión de los totonacos de la sierra, 1973)
Los viejos, sus representaciones en barro, probablemente se colocan entre los ejercicios plásticos más antiguos de Mesoamérica después de la temprana figuración de hombres y mujeres. Vinculados con los dioses del fuego e inicialmente con función de braseros, se mantuvieron a lo largo de todo el período Clásico (ca. 300-900 d.C.) entre las expresiones artísticas más favorecidas por los alfareros del México antiguo.
El dios del fuego es una deidad nada fácil de definir. Más que una sola deidad, es toda una muchedumbre de seres que habitan en los lugares donde hay fuego: el hogar doméstico, el temazcal o la selva. De cualquier forma parecen tener un origen común, arraigado en los mitos de Mesoamérica y que tiene que ver con el Sol como dador de la luz y el calor, esencia misma del fuego. Las raíces del culto se pierden en el tiempo, probablemente alcanzan la prehistoria, pero a pesar de su antigüedad y de las profundas transformaciones religiosas experimentadas por los pueblos autóctonos de América, sigue estando de alguna manera presente.
Entre los totonacos de Papantla, Veracruz, los ancianos son los depositarios de la sabiduría, son consultados en grupo en ocasión de las fiestas patronales o cuando la comunidad requiere tomar decisiones de particular trascendencia. Los “abuelos” son esenciales para la vida del pueblo, aunque no sabría decir hasta qué punto se asimilan con esta deidad tan próxima a los mitos de origen y si todavía se asocian con el fuego.
La olla que nos ocupa es de forma muy cercana a los “patojos” del período Formativo pero evidentemente fue fabricada en el Clásico a juzgar por la aplicación de la pintura que la recubre y su particular pulimento. Incorpora a manera de efigie la singular representación de un anciano, el rostro da cuenta de los rasgos propios de la vejez a través de las arrugas de los ojos y de los pliegues remarcados de la cara. Curiosamente la boca conserva los dientes, cosa que no es usual en su figuración, y la lengua asoma por debajo de ellos.
Esta especie de “mueca” es característica de las cerámicas del centro de Veracruz, un gesto típico de las Figurillas Sonrientes que aprietan la lengua entre los dientes en un claro intento por prevenir la enfermedad, evitando con ello que los “aires” dañinos puedan entrar al cuerpo. Esta señal probablemente es nuestro mejor indicio para suponer que la olla procede de algún sitio de la cuenca del Papaloapan. Además, es una pieza extraordinaria puesto que hace de la vasija una representación completa de la cabeza. Véanse las orejas a los lados, además de un par de aplicaciones de barro que sirven de límites a la cara y los restos de una vertedera.