Las técnicas pictóricas en cualquier soporte son múltiples; la superficie exterior de esta vasija de barro de paredes recto-divergentes y base plana de tipo anular se pintó después de la cocción y por ello resulta sobresaliente su buen estado de conservación: el calor directo fija la pintura en la cerámica, por el contrario, la pintura post-cocción se desprende con gran facilidad. En una primera impresión la técnica parece deficiente, no obstante, cabe subrayar que la elección del artista se rigió por una cualidad singular: permite que el color original de los pigmentos se conserve, mientras que en las piezas de barro que se someten al fuego, éste se modifica en términos químicos y asimismo en su apariencia cromática. De tal modo, podemos deducir que los colores de los motivos fueron altamente significativos, además destacan entre los rasgos de un estilo muy peculiar de vasijas del Michoacán antiguo.
El estilo fue denominado Queréndaro por Augusto Molina y Luis Torres con base en una muestra de piezas procedentes de dicha zona, ubicada en los alrededores del lago de Cuitzeo. Se identifica en cuencos como el descrito arriba o con paredes rectas; la policromía es reducida, son pinturas hechas con tierras de los colores rojo, azul-verde claro, amarillo y blanco, y un aglutinante que se supone orgánico. En su aplicación directa y exclusiva sobre las paredes exteriores de las vasijas hay dos variantes: el rojo como base o sin capa roja. La vasija que vemos corresponde a la primera: sobre la delgada capa roja se pintaron, en un esquema cuatripartita y simétrico, secciones lisas en blanco a las que a su vez se sobrepuso el amarillo y, de otra parte, secciones en azul-verde claro. En estas secciones los motivos se crearon por medio del recorte, la incisión y el raspado minuciosos de los colores recién mencionados, para dejar al descubierto detalles de la base roja.
El cuenco muestra dos cuadretes trapezoidales con un rostro central y diseños geométricos abstractos alrededor; y dos formas circulares con rayos y un motivo circular central. Tales motivos son recurrentes en este estilo cerámico, en el primero se ha reconocido una mariposa con antenas largas y las alas desplegadas a los lados, y en el segundo un diseño solar. Agapi Filini ha señalado sus semejanzas con motivos del arte teotihuacano, lo cual abona en los diversos testimonios de vínculos históricos entre los pobladores Michoacán y de la gran urbe del Altiplano Central durante el Clásico temprano.
En el plano iconográfico, para los mesoamericanos la mariposa y el sol se asocian con el fuego. El dios mexica del fuego llamado Xiuhtecuhtli lleva un pectoral de color turquesa que remite a tal insecto; su aleteo pudo evocar las llamas; asimismo se pensaba que los guerreros muertos en combate se convertían en mariposas; recordemos que éstas experimentan la transformación de larva a un ser que vuela. En tanto, el color azul-verde o turquesa simbolizaba el fuego, posiblemente por el color que puede verse en el corazón de las llamas; en este sentido, en nuestro cuenco resulta coherente el motivo azul-verde en el centro del diseño solar.
Sol, mariposa, fuego, guerra y muerte configuran en esta imagen un cúmulo entrelazado de significados, que con seguridad determinó ciertas funciones religiosas y el uso de las obras de este estilo como ofrendas funerarias. Según se ha puesto en relieve, los colores de las formas, logrados mediante una técnica pictórica especial, no son fortuitos, sino que participan de modo intrínseco en tal polisemia.