La Huasteca se extiende a lo largo de la costa del Golfo de México, tocando el norte de Veracruz, el sur de Tamaulipas y un extremo de San Luis Potosí. El territorio de habla huasteca se extiende hasta las montañas de Hidalgo y la Sierra Gorda de Querétaro. Se trata de un enorme territorio de Mesoamérica cuya homogeneidad lingüística corresponde a su unidad cultural.
La arquitectura y el estilo artístico regulaban en lo general las manifestaciones de cada época. El juego de pelota, de introducción inmemorial, formaba parte de las expresiones religiosas más importantes de todo el litoral marino. Los jugadores de pelota, el caso de nuestra pieza, solían vestir abultados cinturones de cuero que les protegía el cuerpo del roce de las pesadas pelotas de hule macizo. Asimismo usaban protecciones en las rodillas, en ocasiones sólo en una pierna, dependiendo de la modalidad del juego.
En un amplio sector de la Huasteca se modelaron grandes cantidades de figurillas de barro que se hacen cargo del aspecto de estos jugadores de pelota perfectamente ataviados para la ocasión. La gran mayoría de ellas recibieron toques de pintura negra en diferentes partes del cuerpo, en este caso, a modo de resaltar las plumas de un vistoso tocado. La pieza se encuentra perfectamente bruñida y entre los elementos del atuendo destacan sobre el cuerpo desnudo dos grandes orejeras y un collar que termina en una suerte de placa rectangular. Los adornos aquí representados debieron ser de piedra dura, muchas veces de jade, y su uso se reservaba a individuos pertenecientes a los estratos privilegiados de la sociedad.
A los lados de las pirámides solía darse forma a los basamentos de tierra destinadas al juego de la pelota. Por su cercanía producían el efecto de un pasillo cuyos límites se enfatizaban añadiendo muros de piedra. Este corredor ceremonial dedicado al ritual del juego de la pelota terminó por volverse pieza fundamental en el culto a los gobernantes. Visto en el contexto de la costa del Golfo de México, llevaba implícito el sacrificio humano y nada tendría que ver con manifestaciones lúdicas de la sociedad. El ritual se encontraba perfectamente estructurado, el gobernante mismo se entendía como jugador de pelota. Hay indicios de que era en este escenario donde se decapitaban a los enemigos de la ciudad, a los prisioneros de guerra, preferiblemente a “señores” de aquellas regiones con las que se mantenían conflictos. Las cabezas sin vida, muchas veces apiladas, solían enterrarse en los altares de las grandes plazas de uso ceremonial.
Esta hermosa figurilla de la colección prehispánica del Museo Amparo, una de las muchas que se resguardan en él, probablemente procede de algún lugar de la cuenca hidrológica del Pánuco, en los límites de Tamaulipas con Veracruz, y es muy posible que haya sido elaborada por artesanos activos en el período Clásico (ca. 300-900 d.C.)