Hay que comenzar aquí por recordar que las figurillas sonrientes probablemente son las más populares de las representaciones en barro de la costa central veracruzana. Los rostros fueron moldeados y los cuerpos modelados en un barro rojizo muy arenoso similar al utilizado por los antiguos alfareros en la cuenca del río Papaloapan. Por supuesto, se fabricaron también en otros sitios de la llanura costera del Golfo de México e inclusive alcanzaron a título de importaciones la costa de Campeche, pero decididamente eran parte de un culto ancestral particularmente arraigado en el centro de Veracruz.
Su figuración suele estar relacionada con el gesto de apretar los dientes o de morder la propia lengua, una señal que probablemente remite a rituales muy antiguos que hacían de la boca el lugar más vulnerable del cuerpo y donde la lengua habría tenido la capacidad de tapar a los aires nocivos tan peligrosa entrada. Aunque me inclino a creer que se hallaban inscritas en ceremonias orientadas a la curación de los enfermos, existe también la idea de que pudieron participar en rituales acuáticos. Sin embargo, fueron requeridas por cientos y desechadas al concluir las prácticas religiosas arrojándolas en vertederos ceremoniales al considerarlas contaminadas e inservibles para usos futuros.
La pieza que tenemos frente a nosotros no deja de ser extraña, aunque no por ello debemos dudar de su elaboración en época prehispánica. Sin embargo, el aspecto del rostro y la gesticulación que introduce el movimiento de los brazos es muy poco usual en la alfarería de la costa del Golfo. En efecto, se trata de un personaje que levanta los brazos a diferentes alturas y cuyo rostro produce al espectador un enorme desconcierto. La lengua se encuentra fuertemente apretada entre los dientes, tal y como si la mordiera, mientras que los ojos se hallan hundidos y carentes de pupila. Vestido con un faldellín decorado con incisiones y un adorno que sugiere haber sido de la misma “tela”, lleva puesto un collar de flecos formado por tenues incisiones que llegan hasta el pecho.
Toda la figura fue recubierta en la antigüedad por una lechada de cal que sirvió de preparación a una capa de pintura roja que hoy en día todavía se conserva visible en el rostro. Atrás, en la espalda, no sólo se halla ausente sino que el modelado se vuelve muy burdo, tan elemental que podría pensarse que fue elaborada para ser vista contra una pared y que no estaría en los planes moverla de sitio en ocasión de alguno de los ceremoniales en los que se le haría participar. La pasta de barro se halla excelentemente cocida, es evidente que la pieza fue muy cuidada dentro del horno, y es posible advertir que por lo menos las piernas fueron hechas con la ayuda de moldes. Otra cosa que la hace muy particular es el calado a manera de pequeños orificios en el cabello que además de servir para dejar escapar la humedad durante el proceso de cocción, también pudo ser utilizado para decorar la pieza encajando en ellos ornamentos hechos con otros materiales, como también pudieron ser flores o trozos de madera tallada.