El pequeño cajete con paredes divergentes tallado en dura piedra gris repite la imagen incisa de un gran sapo que lanza hacia adelante su larga lengua protráctil para atrapar a las presas, como pueden ser las pulgas.
En esta creación que retoma técnicas ancestrales de pulido y desgaste y que nos remiten a la importancia de la talla de piedra de la región de Guerrero, donde se desarrolló la cultura Mezcala, la simbología en el exterior nos habla de la importancia de las ranas y sapos en el pensamiento del hombre mesoamericano. En esta pieza se representa uno de los animales de mayor importancia que simbolizan humedad, tierra, fertilidad agrícola, a la vez que se vinculan con la regeneración y la vegetación en general, como nos explica E. Boone.
Las referencias a los batracios abundan en el arte mesoamericano, y por lo general se ligan con las ceremonias que se llevaban a cabo en torno al culto del agua y al dios Tláloc. Por ejemplo, en Tenochtitlan el templo de este dios tiene frente a la escalinata esculturas de sapos que son los compañeros del dios del agua, sus hijos o guardianes. A la vez que en las fiestas y ceremonias que se llevaban a cabo en el Templo Mayor eran animales muy relevantes, puesto que eran las representaciones de los ayudantes de los tlaloques. En la veintena huey tozoztli, una rana con la cara pintada de azul que era vestida con una falda, llevaba a cuestas la ofrenda de comida al dios Cintéotl, el joven dios del maíz.
Entre los mayas y los olmecas, las ranas y sapos también fueron importantes. En los basureros de las comunidades, como es el caso del sitio llamado Don Martín en Chiapas y entre los olmecas de San Lorenzo, se localizaron muchas osamentas del sapo Bufo marinus, animal que posee una glándula que secreta a través de las verrugas de su piel, un alcaloide alucinógeno venenoso, que en la actualidad se emplea en la medicina tradicional, y debido a lo cual los arqueólogos han interpretado las osamentas de los sapos como evidencia de su uso ceremonial en rituales que se llevaban a cabo de manera periódica para lograr la comunión con los dioses. Su constante representación entre los objetos artísticos de los hombres mesoamericanos también subraya su importancia.
Entre la temprana escultura monumental de la Costa del Pacífico, en Abaj Takalik y Kaminaljuyú, como entre los olmecas del Golfo de México se labró en estelas de piedra y en forma de altar, y entre los nahuas del posclásico a la diosa Tlaltecuhtli se le representa como un gran sapo con garras y colmillos, lo cual explica por qué el animal se encuentra ligado con un simbolismo terrestre y húmedo.
Para entender mejor lo anterior y llegar a comprender el simbolismo de las ranas y sapos, debemos estudiar el comportamiento de los animales, sus hábitos alimenticios y su proceder vivencial. Se han de tomar en consideración factores como el hecho de que en el México prehispánico el croar de las ranas y los sapos se asociaba con la llegada de las lluvias, que su piel recordaba a la superficie de la tierra, y que la manera en la que los huevos de las ranas se transforman, se convierten en renacuajos, y después se vuelven rana o sapo, también era relevante, como también lo era el hecho de que es un animal nocturno que vive cerca del agua y en zonas húmedas. Son comportamientos que nos dan a conocer determinadas características que definen al animal y debido a lo que podemos acercarnos a conocer cómo eran comprendidas las ranas y los sapos en el pensamiento de los hombres del México prehispánico.
Para entender las representaciones en esta vasija, además de conocer el comportamiento de las ranas y los sapos, es necesario también revisar lo que queda registrado en los mitos, puesto que a menudo ahí se hacen referencias a los anfibios. Por ejemplo, hemos de recordar que en el mito del Popol Vuh, la rana participa en la creación del mundo. El mito maya quiché indica que la rana se tragó al piojo, y a ella se la tragó la serpiente, para que llegara el mensaje a Hunahpú e Ixbalanqué más deprisa; y lo que se representa en esta vasija bien podría ser el momento en el que la rana engulló al piojo.