Esta escultura integra una pareja con otra obra, también del estilo Ixtlán del Río, que forma parte de la colección del Museo Amparo. En el arte de la cultura de las tumbas de tiro es constante la figuración en parejas y dado que este tipo de recinto funerario, del que seguramente procede la figura femenina, fue usado con elevada frecuencia para entierros colectivos de quienes pudieron ser miembros de una familia o linaje, es factible apuntar que este par de obras retrata una pareja, a la cual acompañaron en su morada final. Más allá de su atavío ostentoso, la configuración total de las esculturas –dimensiones, tratamiento minucioso, calidad técnica— plasma un matrimonio de alta jerarquía social que a la vez pudiera remitir a la condición de la pareja de difuntos.
Al verlas juntas resalta que su altura es la misma y los elementos idénticos que comparten, como el tocado, las orejeras, la nariguera, el collar, el brazalete de una banda con formas circulares sobrepuestas y la capa lateral que cubre el brazo y parte del torso. En especial, es posible detectar que se trata de obras modeladas, seguramente por un mismo artista, y las diferentes convenciones seguidas para la figuración de las mujeres y de los hombres. Éstas se presentan en los diversos y numerosos estilos zonales del arte cerámico de esta cultura y, junto con otros rasgos, me permiten señalar que constituyen un gran estilo, lo cual conlleva una ideología compartida y una sólida integración cultural por parte de un sinnúmero de comunidades a lo largo de un vasto territorio y extensa territorialidad.
En cuanto a las convenciones, aparte de los senos abultados y el uso de falda para el caso de las primeras, resulta muy interesante la posición con un brazo levantado mostrando la palma de la mano y la colocación de una vasija sobre el regazo (en otras figuras femeninas pueden verse los dos brazos levantados con las palmas al frente y una vasija sobre el abdomen o un hombro). Sin duda, el ademán femenino descrito tuvo significados específicos e importantes para esta sociedad, aunque todavía no se han descifrado. Lo que sí puedo aseverar es que el realismo y la secularidad que en principio se identifican porque que no se perciben rasgos fantásticos ni atributos de deidades reconocidas, sólo son aparentes; su creación estuvo regida por códigos precisos que cumplieron funciones determinadas en el ámbito religioso-funerario para el que fueron hechas.
Nuestra escultura es también una expresión del arte pictórico, el cuerpo mismo es un lienzo con diseños en negro en el rostro y torso, mientras que la indumentaria exhibe decoraciones polícromas; este rasgo es otro punto en común con la figura masculina, los motivos son similares pero la composición es diferente y considero que en ello se plasmaron otras convenciones de lo femenino y lo masculino. De igual manera, en ambas esculturas, la pintura corporal se confunde con las manchas negras que son depósitos de minerales.
En la mujer también se ven secciones blancas en las piernas, una pulsera conformada por líneas de puntos blancos, uñas blancas y la vasija con líneas en blanco y naranja sobre el rojo base.
Los motivos en la indumentaria pudieran representar pintura textil, bordados o tejidos. Tanto en la capa como en la falda el esquema es reticular; de manera alternada se ven espirales simples rectangulares y cuadrados divididos en diagonal por una línea en zigzag, dando lugar a triángulos escalonados; pareciera que se figuró por separado una greca escalonada, un diseño muy sobresaliente en la plástica mesoamericana. De otra parte, la composición cuadricular y polícroma remite a diseños textiles de la región andina y se encuentran entre los numerosos testimonios de las relaciones entre las sociedades del Occidente mesoamericano y el noroeste sudamericano.